lunes, 27 de noviembre de 2006

Rosa

El amor es una rosa cuya emoción tratamos de repetir en su ausencia queriendo hacerla real pensando en ella, la necesidad de conquistar su olor, su forma, su belleza, es lo que nos lleva a reconstruir en la memoria una sensación cuya intensidad se eleva al impulso y placer que la motivó. Esa búsqueda quimérica conforma el espíritu romántico del individuo según la capacidad de idealización de una sensación que está ausente y sólo tenemos como instrumentos de restauración la memoria y la experiencia para reconocerla, darle forma y vida dentro de nosotros mismos. Cada uno recrea la visión de su propia rosa y la emoción que ante ese encuentro produjo el placer y el sentimiento de no dejar de olerla.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

Vida fugaz

Pasa el tiempo y te consume,

lento, sin prisa, pero implacable.

Al cabo de los años, sólo un par, tal vez,

te observas al espejo y te sorprende

mirar a otra persona, otro rostro

un poco más amargo, de mirada

más lejana y menos viva.

Al cabo de los años descubres

que has cambiado,

que el tiempo no perdona

y que tu vida está más cerca

de la muerte.

Fuiste joven, lo sabes,

pero ahora todo se apaga,

va pasando el día,

y mañana otra vez el espejo

te devolverá la derrota

de tu rostro envejecido.

Pasa el tiempo y te consume,

lento, sin prisa, pero implacable.

lunes, 20 de noviembre de 2006

Reloj callado


No te conozco, Tiempo,

en la noche o en el día

pasas y me dejas.

Tempranamente te desconozco

y se hace tarde el pensamiento.

LA LIBERTAD FRACASADA


La Historia nos sobrepasa, en sus sentidos y en sus sinsentidos. Un cambio de rumbo en la filosofía o en la ciencia, en definitiva, en las teorías del conocimiento, atestigua el progreso intelectual, que a través de un individuo, se confirma como la superación del propio ser contemporáneo. La ‘Teoría de la relatividad’ de Einstein marca un antes y después, no sólo en la ciencia sino en nuestra manera de concebir el mundo, por tanto, el progreso individual cristaliza, deviene, en progreso humano universal.

Pero también están los sinsentidos, que individualizados, por ejemplo en la figura de Hitler, se expanden por todo un pueblo y lo significan en tanto que neutralizan su valor individual para globalizarlo en un pensamiento único totalitario: no fue solamente Hitler quien asesinó a seis millones de personas sino todo un pueblo que, en su mayor parte, creía en lo que hacía, incluso con más vehemencia que el propio ‘führer’ o guía. O en el caso del otro gran asesino de la Historia, Stalin, el argumento fue parecido, responsable de otros tantos muchos millones más, llevó a un pueblo a la demencia bajo el lema comunista. Los sinsentidos pertenecen al hombre como los sentidos, la libertad, la conciencia al menos de ella, de todo un pueblo, fundada con la Revolución Francesa, abre las puertas del bien y del mal hasta extremos insospechados.

La esencia misma de la ciencia, como apuntaría Feyerabend, es esencialmente anarquista, por eso Galileo se toparía con la Iglesia, como Copérnico, Darwin y muchos otros. La ciencia descubre lo que está ahí e inventa lo que puede estar ahí, dotada de un impulso reformador a medida que nuestra capacidad de conocer se amplía. “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, (Juan 8:32).

El impulso inconformista ha generado nuestra conciencia de libertad y, en relación causa-efecto, la conciencia de libertad ha ido regenerado los impulsos inconformistas del hombre. El ser humano se ha dado a sí mismo la medida de su libertad, inconsciente de ello, la masa dominada se domina así misma en su organización social, libre e impuesta al mismo tiempo. Pero el deseo de adquirir libertades gana al deseo de imponerse las cadenas. Ya lo escribió Chaucer: “Prohibidnos algo, y lo desearemos”.

Sin embargo las cadenas a veces han sido auto-impuestas. “¡Vivan las caenas!”, reclamaba una parte del pueblo español en 1814 pidiendo la vuelta del absolutista Fernando VII. El miedo a la libertad, parafraseando a Erich Frömm, simboliza el problema radical al que el hombre moderno se enfrenta, que necesita no verse subordinado por el propio sistema, que bajo el sistema democrático asegura esa realidad utópica de la libertad individual materializada en su consecuencia más significativa: el derecho a votar, y por tanto, a elegir, por sí mismo, su destino histórico. No obstante observamos que la participación activa del hombre no es real, sino una entelequia, un “abuso de la estadística”. La soledad y el sentimiento de impotencia, a veces inconsciente, otras consciente (como en el caso del intelectual o de quien, simplemente piense críticamente sobre sí mismo y su mundo) que subyace en el individuo bajo estos cauces contradictorios de la libertad humana, que trata de fijarse en parámetros sociales globales, sea, posiblemente, el emblema de nuestra posmodernidad, que fija figuras sin rostro, multitudes donde la identidad no existe, oculta bajo la masa: única identidad elegida para que decida.

Son muchas las libertades que se nos otorgan (de expresión, de prensa, de derecho, de religión…) y muchas las que se nos imponen. “Como tengo libertad tengo la obligación de hacer algo, siempre que entre dentro de lo permitido y consensuado por el sistema.”, me diré a mi mismo. La libertad pactada es una obligación, en la televisión todos opinan, porque son libres para ello, porque disfrutan de ese derecho legítimo que les hace ser individuos, aunque, en la mayoría de los casos, esas opiniones solamente respondan a modelos repetitivos del discurso oral culturalmente aprendido. La televisión proyecta la falsa imagen de la libertad.

El problema viene desde el principio del verbo, desde que el hombre bíblico es arrojado al libre albedrío. La libertad es una responsabilidad ética y moral del individuo de la que difícilmente puede escapar, aunque quiera. El intelectual se constituye en un proceso de responsabilidades frente a la opinión pública. Zola dirá “Yo acuso” pues, como antes diría Schiller, la esencia del hombre es ser libre, y no sólo para crear, “arte por el arte”, sino como obligación moral. El hombre, formante de la multitud, tiene la capacidad de gritar ante la angustia que le produce su destino histórico. Sólo hemos de observar la pintura de Munch para comprender que el hombre se cansa a veces de ser hombre.

Sartre no recogió su Premio Nobel porque estaba, equivocado o no, comprometido con su ideas, prefijadas por la responsabilidad intelectual de la que se hizo cargo, aceptando la opción del hombre libre que no teme a su libertad.

Podemos decir, por tanto, que somos libres, o podemos decir que somos esclavos: que nuestra capacidad de elegir es abstracta y vaga, como lo es nuestra capacidad histórica de vencer el miedo a la libertad.

martes, 14 de noviembre de 2006

Incomprensión (3 variaciones de un mismo instante)


I
Noche que amanece
-la luna todavía-
los pájaros no cantan
porque estoy solo.

II
Amanece, la luna persiste,
hay lágrimas de sueño en mis
ojos. No estoy triste, amanezco,
pero estoy solo.

III
La pálida luna de la noche
todavía no se esconde
cuando amanece. Y yo
estoy triste. Hoy
no amanezco.
Lloro, solamente.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

Capitalismo


Leer a Benjamin me conduce a un especial placer en las horas intempestivas que preceden al sueño de la noche. Las lecturas de madrugada casi siempre resultan tentadoras. La prosa de Benjamin encarna lo más puramente poético en el decir instantáneo de las cosas, cifrándolas en un devenir de tesis, síntesis y antítesis oportuno y relevante. Mediador de contextos necesarios de aclarar a la hora de establecer una comprensión adecuada del fenómeno que nos propone analizar, mediante pinceladas y soberbias relaciones de elementos atractivos para un estudio histórico-filosófico cualquier tema es susceptible de convertirse en panorámica a través del mirar benjaminiano, como, por ejemplo, la llegada de la modernidad en el siglo XIX, desde el centro mismo de todo este cosmos: París. En su genial texto “París, capital del siglo XIX” aparece desplegado todo ese pensamiento, casi como borrado en el tiempo, tal que si hubiera sido recompuesto por un especialista a partir de fragmentos encontrados.

“Todo deviene en mercancía”, diría poéticamente Baudelaire expresando lo que hubo de manifestar Kart Marx: “La condición de lo moderno es mercancía”. Puesto que todo sentido es histórico, según Marx, la historia de lo moderno simboliza su sentido en la mercancía. En el siglo XIX, con la Revolución Industrial, asistimos históricamente a una gran eclosión, nace la fotografía, la locomotora y el uso del hierro como principio constructivo. Los grandes pasajes del XIX están coronados por una gran cúpula de cristal, los locales y las viviendas conviven en ese microcosmos que parece recordar a las utopías de Fourier.

En el texto de Benjamin aprendemos estas cosas, desde su complejidad llegamos a abordar, finalmente, la cuestión central: la formación del capitalismo. Esa especie de futurismo, que literariamente formularon Marinetti y otros, tuvo en el XIX un despliegue sensacional, sólo hemos de pensar en las locomotoras, la construcción de las máquinas, los nuevos medios de producción, los inacabables raíles de hierro de las locomotoras, el uso de vidrio como material de construcción. La “Arquitectura de cristal” de Scheebart, como nos sugiere Benjamin, “aparece en contextos de utopía”.

Pero ante el creciente desarrollo de la economía mundial, predicho por Saint-Simon y luego por los saintsimonianos, está la lucha de clases. No es de extrañar que durante las Exposiciones Universales, lugar que sirvió para la “entronización de la mercancía”, las delegaciones de obreros francesas defendieran sus intereses propiciando la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores de Marx.

Las Exposiciones Universales son el marco donde la mercancía adquiere un estatuto. El objeto, inorgánico, adquiere un sex-appeal, se vuelve fetiche, tanto en la moda como también en el arte. El dandi colecciona objetos y se disfraza, se maquilla de artificios, con el fin de mostrarse. Lo decorativo imprime una razón de ser, una identidad, y así llegamos a la, definida por Benjamin, “fantasmagoría de la cultura capitalista”.

Frente a la inmensidad de las Exposiciones Universales y dentro de ellas tenemos al hombre, al individuo, esto es, al hombre privado: el burgués. El último rey del Estado francés fue un burgués que servía a los burgueses. Luis Felipe será el prototipo de hombre privado que lleva los negocios de la burguesía. El hombre privado, dirá Benjamin, se proyecta en el interior, en su casa y en su oficina, logrando así su ansiado individualismo. El modernismo contribuirá a extremar la identidad mediante la decoración, tan importante, de interiores. El interior es donde el arte se refugia y también el individuo. El individuo deja sus huellas en el interior, y como veremos en las novelas detectivescas, a partir de Poe, el hombre privado, el burgués, será descubierto a través de las huellas que ha ido dejando. El burgués es el criminal en los relatos detectivescos y deja demasiadas huellas.

Para el hombre privado “su salón es una platea en el centro del mundo”. En nuestro tiempo, con la televisión, ese salón se convierte con más fuerza en centro neurálgico del mundo del hombre. La historia nos va dando el sentido. Nosotros solamente lo recomponemos, armamos el puzzle, como en el texto de Walter Benjamin. Posiblemente esta historia explique nuestro presente. Posiblemente dar con él sea como salir un poco de la caverna, pero inevitable será volver atrás, para no cegarnos, desconociendo de nosotros la imagen que el mundo implica que proyectemos. Porque salir del sistema equivale a dejar la caverna, a perder una identidad, pues no la veremos proyectada. Pero, como escribiera Borges: “¿Quién serás esta noche en el oscuro / sueño, del otro lado de su muro?”. Alguien y nadie. Posiblemente todos si ese sueño es el de la Historia, que a los ojos del profundo mirar, como el de Benjamin, promete ser iluminador, pero sin llegar a cegarnos.

Artículo publicado en el periódico 'El Pueblo de Albacete' el jueves 26 de octubre de 2006.
José Manuel Martínez Sánchez

domingo, 5 de noviembre de 2006

Acerca de recitar un poema

Al recitar el poema estamos inevitablemente interpretándolo. Nuestra personal entonación dirige el destino de la voz intentando desvelar el alma insonora de las letras del poema. Al recitar el poema interpretamos emitiendo una recepción semántico-acústica personal de la verdad del mismo. Si deseamos ser honestos con el emisor real del poema nuestra tarea como recitadores no debería ser más que una mera trascripción sonora de los fonemas que componen el texto. Si deseamos, por el contrario, dotar de mayor significación al poema la lectura afectada del mismo contribuye a ello, construyendo oralmente esa unidad idiomática-artística que llamamos 'poema'.

miércoles, 1 de noviembre de 2006

Poema de amor

Podría escribir los versos más tristes esta noche, escribir,

por ejemplo, que mi vida sin ti ya no tiene sentido,

que fue un sueño nuestro amor y nuestra existencia.


Podría escribir que tu mirada hablaba desde lo secreto,

que el deseo apenas soportaba la espera, que una caricia

fue el principio del fin: pasión creciendo hacia su cima.


Pero podría también no escribir, dejar que las huellas

se disiparan en el tiempo y que jamás se supiera lo terrible.


Podría no escribir que vinieras y te fueras dulcemente,

desde el ocaso en que era plenitud tu presencia.


Podría no describir lo infinito de un beso en la madrugada,

tu suave tez recorriendo mi cuerpo anhelante, las horas

en que éramos ciega alianza en sagrada comunión.


Podría y no puedo describir ahora lo que se ha tornado

en tristeza de suspiros y en húmeda despedida.


Pudiera y no quiero desvelar la sombra de mis aspiraciones,

la exacta estela de tus brumas, las lágrimas prohibidas del adiós.


Pudiera pero no quiero hablar de ti. Amor.



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