jueves, 21 de diciembre de 2006

LA RAZÓN POÉTICA


María Zambrano transitó el camino último de la fenomenología, pretendía reavivar la conciencia de la estancia simultánea del hombre en sus tiempos múltiples, en palabras de Chantal Maillard. Y esto lo consiguió en su obra mediante el método de la “razón-poética”. La existencia a través de la temporalidad, del “ser-ahí”, exige también un lugar, en María Zambrano, de origen ignoto, simbólico y sagrado.

Fue Ortega quien escribió: Seamos en perfección lo que imperfectamente somos por naturaleza. Si sabemos mirarla, la realidad nos enseñará su defecto y su norma, su pecado y su deber. En estas palabras podemos deducir sin mayor dificultad que para Ortega la realidad es objeto observable, y es el individuo el que sabe o no sabe observarla. Sin embargo María Zambrano no mira la realidad de la misma manera que Ortega – que la nombra situado en la vertiente kantiana- y para ella: todo puede suceder, porque nadie sabe nada, porque la realidad rebasa siempre lo que sabemos de ella. El saber de la realidad queda negado porque la realidad no “está ahí”, todo lo contrario, es materia intrínseca propia de los sueños o de las “esperanzas”. La esperanza, en Zambrano, es un sentimiento humano necesario del individuo que explica el origen de las creencias. Hemos de entender que a “esperanza” debe unírsele “desesperanza”, pues un sentimiento contiene inexorablemente el opuesto. Este sentimiento puede crear una realidad que no sea real, esto es, que no sea “verdad” (alétheia), pero que le encamine a la búsqueda de ella.

Nietzsche definiría el reino de los cielos como un estado del corazón. La experiencia divina según el filósofo alemán es esencialmente “íntima”. Esta intimidad sagrada que se manifiesta en esperanza, resulta verificada al desechar el sentimiento de temor primigenio: la esperanza rescatada de la fatalidad es la libertad verdadera, realizada, viviente. María Zambrano nos define la necesidad de trascendencia del hombre como un estado de padecimiento que posee una doble dimensión: el propio padecimiento sagrado y la ausencia de su propio padecer transformado en cualquier forma de obsesión. En definitiva, sólo le queda la “esperanza del misterio” para librarse de la angustia de su circunstancia. María Zambrano niega el “cogito ergo sum”, se opone taxativamente a Descartes para construir una definición de la “razón-pasión” como explicación del “sujeto viviente”. Esta “razón-pasión” es verdaderamente la “razón-poética”, el “logos sumergido”: razón amplia y total, razón poética que es, al par, metafísica y religiosa. Encontrar una razón que integre en ella su crítica permanente es un paso certero, según Zambrano, para acercarse a esa razón total, razón construida sobre los cimientos de un “relativismo positivo” aunque no escéptico. En palabras de Chantal Maillard: La razón-poética es […] un método mediante el que se trata de descubrir el “ser” […] del hombre mediante el contacto íntimo de su acción reflexiva con las circunstancias, en principio ajenas al pensar, que conforman la vida. Por tanto, el método de la razón-poética explica algo que le es inherente al sujeto y que se funda en su necesidad de autoconocimiento, de construcción de sí mismo, tarea creadora capaz de instalar los medios para el descubrimiento del misterio que rige su total existir.

¿Cuál es la razón de la poesía? Sólo hay una razón, que podríamos denominar “irracional”, y ésta es la razón del amor. Esta razón de amor del poeta no selecciona, no distingue, por fidelidad a lo amado. Esta palabra camina perdida, sin rumbo, en una amplia sensación de voluntad originaria que no desea hallar el misterio que se le plantea en su camino, porque goza en ese Todo cuya verdad desconoce, goza de ese desconocimiento que le hace ser la razón y el fundamento del misterio del que participa. El filósofo persigue una verdad que se le escapa en cada paso que inicie, al querer precisar la realidad ésta le rebasa en el instante de creación de un lenguaje engendrado en la consciencia. El poeta, que se debe a lo dado, sin pretensión de asimilar racionalmente su sentido, continua su tránsito desorientado, casi en éxtasis místico, y sin embargo no se escapa nunca de la razón, porque para él, esa fidelidad con el origen de todo cuanto le es dado, constituye su raíz y, por tanto, su razón.

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