lunes, 19 de marzo de 2007

Baudrillard o la metarrealidad



Habermas sitúa a Nietzsche como la plataforma giratoria de la posmodernidad, algo que cambia de raíz la argumentación del discurso moderno. El discurso moderno se rige por su pesimismo, que recoge la tradición nietzcheana e interioriza los problemas planteados allí. Se preguntará Ciorán: “¿Y cómo creer que la historia ‑procesión de desatinos‑ podrá durar aún mucho tiempo?” Esto tipo de preguntas, bañadas de trágico tremendismo desvelan esa voluntad, que como predicaba Nietzsche, era voluntad incluso de querer la nada, pues antes prefiere la voluntad “querer la nada” que “no querer”. (Genealogía de la moral).
De este modo la moral cobra una forma de voluntad nueva. Una voluntad activa contra sí misma. Comprender la posmodernidad es situarse en un plano de irrealidad desde el que interpretar los impulsos de la voluntad. En estos términos será como habremos de introducirnos en la situación. El filósofo José Antonio Marina, en su artículo “Ha muerto un seductor” (El Mundo, 7-03-2007) nos ofrece algunas de las claves del pensamiento de Baudrillard y aprovecha, desde mi punto de vista con acierto, para criticarlas. Señala Marina que Braudillard ha efectuado un análisis de la sociedad actual con el que se quedó asustado al desvelar que todo era una orgía donde todo, por tanto, está liberado. Baudrillard se preguntará “¿Qué hacer después de la orgía?”. Pero su afirmar sin afirmar las cosas significó un pensamiento débil que funcionaría como antídoto contra el pensamiento violento de las ideologías y las dictaduras. Esta filosofía equívoca, basada en el simulacro, pues la realidad es asumida como simulacro, en la cual el discurso es lo importante, y todo queda puesto de manifiesto que el medio, la información, es como la caverna que nos impide llegar a la realidad, puesto que la realidad en que vivimos es una construcción. La metáfora clásica ha sido la televisión, pero en mi opinión, para comprender el siglo XXI, habrá de ser Internet. Y, en fin, todo objeto que represente la (una) realidad.
Por eso Marina, frente al discurso pesimista, basado en el simulacro y en la metarrealidad, de Baudrillard, contrapone uno más optimista, en el que la realidad no es discurso sino acción: voluntad de poder real.
Pero como dirá Ciorán: “La irrealidad es un excedente ontológico de la realidad” y posiblemente todos los discursos posmodernos sean deudores de ese excedente. Dirá Heidegger, interpretando a Nietzsche, que “como esencia de la voluntad, la esencia de la voluntad de poder es el rasgo fundamental de todo lo efectivamente real.” Esta idea nos lleva al ser y a la negación como afirmación del mismo, esto es, al nihilismo. Continúa Heidegger: “Así pues, el nihilismo sería en su esencia una historia que tiene lugar con el ser mismo. Entonces residiría en la esencia del ser mismo el hecho de que éste permaneciera impensado porque lo propio del ser es sustraerse. El ser mismo se sustrae en su verdad. Se oculta en ella y se cobija en ese refugio”. Así, nos es inevitable pensar no a partir el ser sino a partir el trasunto del ser. Vivir en la apariencia tal vez sea el destino del ser en su construcción ideal de realidad.
Posiblemente fuese adecuado revisar “La lógica formal y lógica trascendental” de Husserl para hallar las evidencias de la experiencia. Ahí vemos que la evidencia es una creencia absoluta de carácter psíquico que como verdad es una idea que se sitúa en la experiencia, la cual es infinita. Descubrir las leyes esenciales, como intentó Descartes, nos conducen a la búsqueda de la evidencia absoluta de la existencia de Dios (Descartes) o de la muerte de Dios (Nietzsche).
El horizonte crítico está lejos de la realidad. La crítica es revisión, metadiscurso, simulacro. La acción pertenece al hombre y su voluntad de acción está detenida por pertenecer a una realidad falsa, que no devuelve evidencias sino metarrelatos fabricados. Hemos de volver a Marx para verificar que los medios de producción lo abarcan todo, incluso al propio consumidor, que se convierte en el objeto o sujeto de esa metafísica manufacturada. La metarrealidad, es por tanto, el fin del discurso sobre el que se asienta la posmodernidad. El sujeto, convertido en el objeto de la observación, es la metáfora de sí mismo y en su voluntad de no querer se reafirma.

1 comentario:

Sintagma in Blue dijo...

Lo que en realidad mueve el mundo es el sexo. Toda realidad objetiva parte ha pasado antes por la subjetividad del instinto y es sólo luego cuando se racionaliza.

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