martes, 21 de agosto de 2007

El viejo Siddhartha

De tanto naufragar su corazón fue tomando la apariencia del hielo. Todo el calor del mundo estaba lejos de sus brazos, cansados de abrirse a la nada. Ahora busca el sagrado Om, al igual que el viejo Siddhartha. Ahora deja caer su cabeza en el río para ahogarse de inmortalidad, para rozar el vértice sagrado de los peces, para sucumbir en el agua de brahmanes acuáticos llenos de luz. Pero le falta el aire y no prosigue el curso del río, sus pies se nutren de lo inmóvil y nada avanza, ni la suerte, ni la fe, ni el sagrado Om, que ya se parece a un grito hueco de orfandad. Amenaza con volver al río, y no sabe lo que significa nadar contra la corriente. Amenaza su naufragio. Sin épica. Sin regreso. Ya todo se va, su espíritu hecho de anhelos, su mirada de búsqueda, su inmensa vacuidad, el vago resplandor de su conciencia. Ya todo se va, el río transporta ruinas de aire, cabellos canos y dorados, manos agitadas, piernas lentas y fugaces. El río se lleva al que fue un día todo lo innombrable, todo lo inmortal… el uno todo de lo eterno. El río se lleva una sombra hecha de cuerpo y de soledad.

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