domingo, 28 de diciembre de 2008

Canción de Navidad

¿Qué es la Navidad? Es el tiempo para reencontrarse con la familia, para comprar y recibir regalos. Es el tiempo para descansar, para dar la bienvenida a un nuevo año cargado de buenas intenciones y de bondad. La Navidad es triste para muchos y alegre para otros, pero lo que está claro es que son fechas especiales, que culturalmente se hacen presentes en la sociedad. Pero, ¿de qué forma?

En la publicidad también -y sobre todo- nos avisan de la Navidad. Nos recuerdan que es obligado gastar dinero con amor. En estos días también recordamos a los seres queridos que nos faltan. Charles Dickens escribió que «el recuerdo, como una vela, brilla más en Navidad». Y también escribió que «cada fracaso enseña al hombre algo que necesita aprender». Posiblemente muchos de nosotros nos marcamos, como propósito para un nuevo año, ser mejores personas, dejar de fumar, adelgazar, hacer ejercicio, etc. Según nuestro código ético de valores nos reconstruimos, o al menos, alcanzamos ese deseo, tratando de ejercitar nuestra voluntad, muchas veces desentrenada y dispersa.

Paul Auster, en el guión de la película Smoke, nos narra un magnífico cuento de Navidad, y de soledad. Un hombre encuentra la cartera de otra persona y decide devolvérsela yendo al domicilio que marca en su carné de identidad. Allí se encuentra con una señora mayor sola en esa noche mágica, y él decide acompañarla fingiendo que es su nieto, es decir, la persona a la que quería devolverle la cartera. Ambos fingen creer su mentira, él que es el nieto, y ella que es su abuela. Ambos están solos esa noche y deciden pasarla juntos, el nieto con la abuela en la paz del hogar. Finalmente el hombre se va cuando ella se queda durmiendo, se va feliz y tranquilo. Ella duerme feliz y tranquila.

Los cuentos de Navidad nos enseñan que las personas pueden ser mejores de lo que son en realidad, que es posible, y necesario, mostrar nuestro amor a los demás, a las personas que queremos.

Posiblemente el mensaje cristiano subyace todavía en la conciencia colectiva de la sociedad, al menos, vagamente, y de manera más intensa en estas fechas. Todos creemos en los cuentos de Navidad, desde niños, esperando el regalo de los Reyes Magos, o ya maduros y adultos, regalando a nuestros hijos la ilusión en forma de Play Station 3 o de reproductor de sonido MP4.

Al fin y al cabo a todos nos falta algo desde que nacemos, pero un abrazo es también un regalo, y, seguramente los adultos aprendemos a valorar eso mejor que una corbata Armani o un perfume Hugo Boss. Los regalos los hacen las personas que nos quieren, todos esperamos el abrazo que se ofrece tras quitar el precinto decorado de pinos y sombreros de Papá Noel o con el triángulo brillante de El Corte Inglés.

Las cosas verdaderas siempre vienen precintadas, es necesario abrirlas delicadamente, imprimiendo en ese acto la ilusión del descubrimiento. En la edad madura las personas han aprendido que en el pasado se dejan atrás muchas cosas y que quizás la Navidad sea una fecha excelente para empezar a recuperarlas. A veces hemos de quitar la razón a Sartre y afirmar que el infierno no son los otros, sino la llama que impulsa nuestra existencia hacia nosotros mismos, sacando lo mejor, mitigando el dolor con amor entregado, porque, como también escribió Dickens: «Nadie es inútil en el mundo, mientras pueda aliviar un poco el peso de sus semejantes». A veces con regalos, y otras, con la compasión desinteresada y fraternal de un dulce abrazo.
Publicado en el diario La Verdad el domingo 28 de diciembre de 2008

domingo, 14 de diciembre de 2008

Televisión y cultura de masas

La televisión, a día de hoy y ya desde hace bastantes décadas, se ha convertido en la cultura popular por excelencia, una cultura de masas que impregna todos los epicentros y recovecos sociales. Como bien explicó, ya a mediados del siglo pasado, Theodor W. Adorno: «Su producción ha aumentado de modo tal que se ha hecho casi imposible eludirlas; e incluso aquellos que antes se mantenían ajenos a la cultura popular -la población rural, por una parte, y los sectores muy cultivados, por la otra- ya están de algún modo afectados». Este es el juego de lacomercialización, un juego de expansión mercantil que afecta a todos los sectores y los iguala a una misma escala y necesidad. Ya todo es necesidad de la masa, necesidad pasiva de imágenes y mensajes destinados a entretener, o mejor dicho, a anestesiar la individualidad y el pensamiento, a producir ideales sociales, políticos y, por supuesto, de consumo.

Señala Adorno, adelantándose a Baudrillard, que «estos ideales han sido traducidos en prescripciones bastante claras sobre lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. El desenlace de los conflictos está preestablecido y todos los conflictos son puro simulacro».

Es, como hemos señalado, un juego, y como tal, un simulacro de realidad, uncomo si kantiano, una estupenda coartada para quitarnos la responsabilidad individual ante nuestros propios problemas, la responsabilidad de pensar por uno mismo, haciendo ejercicio de la libertad existencial que nos pertenece, de acuerdo a nuestro propio sistema ético y moral. Eso ya ha quedado lejos, el individuo actúa de acuerdo a lo popularmente correcto, dejándose llevar por la marea de creencias que surcan el océano de su estructura social, a través del espejo de la televisión. He ahí el simulacro, la falsa libre elección, el juego social del ser libre sobre un tablero en el que las cartas de posibilidades de libertad están ya echadas. Dirá Adorno que «el individuo es tan sólo un títere manipulado a través de normas sociales». Y no nos puede dejar de extrañar que los mensajes que continuamente nos adoctrinan provenientes de la televisión correspondan a un fiel reflejo de la ideología de Estado. Señala Louis Althusser que «todos los aparatos de Estado funcionan a la vez mediante la represión y la ideología, con la diferencia de que el aparato (represivo) de Estado funciona masivamente con la represión como forma predominante, en tanto que los aparatos ideológicos de Estado funcionan masivamente con la ideología como forma predominante».

En democracia, sobre todo en las democracias más avanzadas, lo represivo queda un lado, no es un instrumento legítimo ni estratégicamente inteligente, pero hay otras formas de encubrir la represión, otras metáforas o imágenes con una misma función, esto es, conseguir que todos piensen lo mismo, que es lo que el Estado desea que piensen. Ese instrumento como vemos es el ideológico, que también se encubre y metaforiza bajo otras capas subliminales para conseguir sus propósitos. Si el Estado desea que el individuo no piense por sí mismo, que se deje llevar sin ser partícipe de su propia historia y progreso, solamente hay que entretenerlo, crearle una realidad ficticia donde se sienta protagonista y sea incapaz de reconocer lo verdadero.

La televisión representa la plataforma perfecta para ese simulacro, el escenario de mitos, héroes y antihéroes, máscaras y fábulas, cavernas y parábolas, donde el hombre alterna distintas identidades, rostros, formas, pseudo-individualidades, que le hacen olvidar, ni siquiera volver a reconocer, lo que ocurre, lo que realmente está en juego, el papel fundamental que representa no en el juego, sino en el tablero real de su sociedad. Y así, como títeres de salón con palomitas de maíz y coca-colas, vamos pasando el tiempo, esperando a que pongan el próximo programa.

Publicado en el diario La Verdad el domingo 14 de diciembre de 2008

domingo, 30 de noviembre de 2008

Entre Oriente y Occidente. (Sobre "La tentación de existir", de E.M. Cioran)


A pesar de la televisión y de otras muchas cotidianas distracciones que casi por inercia consumen nuestro valioso tiempo, hay otros momentos que se ofrecen propicios para el cultivo de una enriquecedora tarea llamada lectura. Bien es cierto que aquello que entendemos por lectura comprende un panorama sumamente amplio o sumamente estrecho, según el lector, habitado generalmente por revistas y magacines, periódicos, novelas, cómics, etc.

Cada día salen al mercado un número elevadísimo de libros y da la sensación de que actualmente hay más escritores que lectores. Pero verdaderamente son pocos los buenos libros que podemos encontrar y la mayoría de ellos no se exhiben en los escaparates sino que duermen en las segundas o terceras filas de las estanterías.

Así es como doy comienzo a la crónica de mi encuentro con uno de esos libros, quasi secreto, en una de esas grandísimas superficies de libros o también llamados mercadillos de best-seller. De nuevo descubro que un libro nos invita a abandonar por un tiempo la realidad, que nuestros quehaceres y preocupaciones quedan atrás y es otra voz, no la de nuestra conciencia, la que escuchamos, siempre con incertidumbre y confiada esperanza.

El libro que encontré es de género filosófico. Su autor: Cioran. Y una frase en el comienzo del transcurso del texto ya sobradamente lo justifica en su conjunto: «Sólo se libera el espíritu que, puro de todo contubernio con seres u objetos, se ejerce en su vacuidad». Esta máxima nos traslada a la clásica oposición de formas de vida entre Oriente y Occidente. Frente al trasiego y desbordamiento de nuestra civilización se sitúa el quietismo o vacuidad del Tao chino, del Zen japonés o de las doctrinas búdicas de la India, verbigracia. Cioran nos dice que en nuestra civilización los que verdaderamente asumen el modo de vida oriental son los mendigos. Recordemos el nombre que se le da a los monjes budistas (bhikkhus), que etimológicamente significa mendicante. O los famosos indios sanyasines o renunciantes, que lo abandonaban todo, incluso su palacio, en busca de la iluminación, como hiciera el mismo buda Sakyamuni.

Otro estilo de vida occidental que trata de asumir, ya conscientemente, modos de vida espirituales, éticos y/o filosóficos, religiosos o culturales (gastronomía, música, vestimentas...) venidos de Oriente se ha definido como new age. Pero este movimiento en la mayoría de los casos alumbra superficialmente la vida de sus practicantes y pocos son los que viven con verdadera fidelidad el significado profundo de las doctrinas con que simpatizan. Apunta Cioran que «Estar a la altura de la eternidad es también vivir al día».

Este modo de vida, de liberación absoluta y desapego, invita a asumir una ética radical en la cual, ligeros de equipaje, nuestra vida, tal que serenos budas, fluyese en el día a merced del instante. Se pregunta Cioran, y vaya esta pregunta destinada a aquellos simpatizantes y practicantes de la new age, si ¿«es concebible el Buda fiel a sus verdades y al mismo tiempo a su palacio»?

¿Es posible alcanzar un equilibrio, me pregunto yo, entre el modo de vida oriental y occidental? ¿Sería posible que nosotros, los occidentales, optásemos sabiamente por mirar a Oriente con la capacidad suficiente de aplicar e integrar aquello que complementase y llenase las carencias de nuestra agitada y desorientada civilización? Yo creo que sí. Que esto podría lograrse de una manera razonable, sin caer en cinismos ni hipocresías.

Mi excursión por la librería ha resultado ser enriquecedora, este hallazgo extraordinario llamado La tentación de existir de E.M. Cioran me ha permitido volver a reflexionar acerca de un asunto sumamente interesante y que merece la pena pensarlo detenidamente en más de una ocasión. Y ya sea desde alguna librería o presencialmente (desde la India, China o Japón, p.ej.) resultaría muy grato hacer una visita a la tradición espiritual de nuestros vecinos de Oriente, los cuales tienen, sin lugar a dudas, mucho que enseñarnos.

Publicado en el diario La Verdad el domingo 30 de noviembre de 2008

domingo, 23 de noviembre de 2008

El sueño de la razón occidental



No parece fácil determinar, a pesar de la lógica aristotélica, que una proposición bien formulada sea rigurosamente verdadera. Las aporías, paradojas o los intentos de llegar a la verdad mediante hipótesis y teorías nos hacen creer que una cosa es lo que es, cuando desde otro punto de vista resulta ser lo contrario.

En estos tiempos de crisis donde la paradoja no es la conclusión sino el incipit, vemos claramente que todos los discursos parecen aportar soluciones razonables y en seguida escuchamos otros que aportan nuevas visiones. Realmente, nadie sabe nada pero se comportan como si todo lo supieran, movidos por intereses personales, verdades propias sin fundamento universal. He ahí la paradoja del mundo occidental, un pensamiento movido por la razón que naufraga en la sin razón de su destino: abstracto, complejo, ilusorio y virtual asolado por los monstruos de la razón, que en su sueño materialista (otra paradoja) han dejado un vacío irrecuperable en el horizonte del porvenir, a pesar de los consabidos pactos de desarrollo sostenible y de globalización solidaria.

Quizá tuviera razón el viejo Plinio cuando sentenció: «Usus docet minora esse ea quae sint visa maiora» («La experiencia enseña que son menores los males que nos parecen mayores»). Sobre todo ahora, en nuestro tiempo, donde la dialéctica de la posmodernidad se distingue por su inestabilidad crítica, por su polifacética apariencia, tan cambiante como los valores de la bolsa; donde un día es el final del mundo y al otro el comienzo de un nuevo despertar.

La razón enferma cuando no es sostenida por una voluntad libre (diría Schopenhauer), todo falla cuando las verdades están entrampadas por intereses, motivaciones y egoísmos; ya ideológicos, estéticos, religiosos, económicos o lo que fuese.

En tiempos de crisis conviene mirar al frente con sólidas y fuertes convicciones avaladas por el sello del libre pensamiento y no por las iglesias, los bancos o los partidos políticos. En tiempos de crisis (y ése es el verdadero sentido de la palabra crisis) todo cambia, inevitablemente. Puede que la crisis sea un pretexto para el cambio, una lógica y necesaria causalidad para evitar el ahogo del planeta ante su propia opresión sistemática. 

En tiempos de crisis se habla de revoluciones, que según Debord, son los únicos movimientos donde la historia transcurre verdaderamente, donde se puede hablar con certeza de progreso y avance. Pero las revoluciones, desde Ortega y Canetti, ya no pueden ser del pueblo, pues sólo queda la masa. ¿Y dónde quedó el individuo? El individuo está (también literalmente) hipotecado. Pero al menos está, que ya es bastante. 

Todavía le queda la palabra, aunque sea para gritar solo en la solemnidad de su noche baldía las revoluciones perdidas. No es difícil suponer que la conclusión de todo esto sugiera observar todas las verdades (o todas las mentiras) y no mirar siempre lo que queremos ver, dejando de lado lo que no nos gusta, haciendo de nuestra percepción siempre algo parcial y, por tanto, incompleto. 

Fue Confucio quien dijo que el conocimiento es «estar al tanto de lo que sabes y de lo que no sabes, eso es ciertamente conocer». A menudo elegimos sin valorar todas las posibilidades, como seres programados para hacer siempre lo mismo. Hacer algo diferente, no previsible, puede suponer una cierta amenaza hacia nosotros mismos, como si nuestra identidad corriera peligro al elegir algo que supuestamente no tendría por qué haber sido elegido por nuestra condición de católico, musulmán, rico, pobre, ateo, comunista, liberal, etc. Nosotros mismos nos ponemos las cadenas, no soportamos la presión de reconocernos absolutamente libres y responsables (ya lo dijo Sartre) y delegamos en otros esa responsabilidad, en nuestros políticos, banqueros, sacerdotes, médicos o incluso programas de televisión.

La verdad está en todas partes, pero no es de todos, solamente de unos pocos. La verdad se vende en los centros comerciales, en las pantallas de televisión o en las tiendas virtuales, y con su efecto hipnótico y amnésico, nos olvidamos del problema y volvemos al sueño de la razón occidental, cantando el Himno a la Alegría ante la victoria de haber llegado a la cima, sin darnos cuenta que no era la cima de la montaña, sino del volcán.

Publicado en el diario La Verdad el domingo 23 de noviembre de 2008

sábado, 1 de noviembre de 2008

Del zen al mercado común


Presenciar el instante es una puerta abierta a lo eterno, un segundo consciente, un ‘satori’ para el que sobran las palabras. La relatividad del tiempo conquista nuestra atención exacta del ahora, liberándonos de lo que fue o de lo que será. Un momento de iluminación significa hacerse testigo de la vida y por ende, de la muerte. Testigo del proceso -de una forma distanciada, omnisciente- para que los sueños de la razón –o de la emoción- se despejen definitivamente, y con ello, todo el mundo ilusorio que entendíamos por real. Un momento de iluminación significa ver –sin cortinas de humo- la realidad, o quizás entender: que nada es real salvo el testigo objetivo que no se identifica con su sueño incompleto y fantasmagórico.

El tiempo físico en esta vida traza un mapa de incertidumbres y esperanzas, de sueños y de planes por realizar, de metas y de propósitos a llevar a cabo. En verdad, el tiempo biológico nos ordena, nos estructura de alguna manera para hacer lo que tenemos que hacer en cada momento. Nos acostumbramos a proyectar el tiempo para poder seguir viviendo. Vivir sin saber lo que uno hará en una hora o en un día es casi impensable en esta sociedad funcionalmente tramada. Nosotros somos los personajes y los autores del argumento de una obra que se desarrolla en una sociedad que –en primera instancia- pone las normas básicas de la acción. Todo eso está bien, pero no cabe duda de que nuestra capacidad creativa se limita considerablemente. Olvidar el tiempo supone olvidar nuestra función social, penetrar en otro tipo de acciones –quizá anárquicas- que la sociedad no admite y para la que no deja argumentación posible. Ciertas acciones han de ser sólo teóricas (meta-acciones) para no caer en el desorden social, que podría poner en peligro el engranaje, rompiendo un eslabón de la cadena, de la estructura básica y esencial del cosmos político.

Hubo un tiempo en que los músicos rock representaban a ese personaje antisocial, anárquico, que transita su camino individualista y puro, denunciando los abusos de la sociedad opresora y materialista que habita. Muchos los seguían y el materialismo vio en esta figura un esteriotipo merecedor de la mejor explotación comercial. Pronto la MTV, la Rolling Stone -y otros espejos comerciales de personalidades- adecuaron esas individualidades a modelos prototípicos para ser consumidos y facturados en las cuentas bancarias del mercado social. Tanto los iconos antisociales como los seguidores de los iconos antisociales se incorporaron rápidamente al mercado común del dinero y la sombra de Bob Dylan con sus Ray-Ban de pasta o la de Lennon en su Rolls psicodélico no se escapó de la mirada de aquellos emprendedores que vieron en el individualismo la mejor alianza con el capitalismo global.

Todo se ha socializado materialmente de tal manera que hasta la espiritualidad forma parte de ese nuevo mercado de mp3, webs, dvds, e-books, cds virtuales de transmisión de ondas alfa, etc.

¿A dónde ir para encontrar algo verdadero? Algo que pueda llamarse sinceramente libertad, individualidad, espiritualidad, verdad, conocimiento, realidad… ¿A dónde ir para encontrarse uno realmente a sí mismo sin que le atosigue el mercado, la acción social necesaria para la construcción individual del argumento de nuestra vida: el dinero?


Desgraciadamente el alma también es moneda de cambio como las botas del último futbolista o roquero de moda. Y, sobre todo, el alma, al ser algo que no se ve, puede ser representada por cualquier cosa que lleve el sello Zen, Yoga, Tai-chi, junto a una ® como signo de su autenticidad y originalidad.

Presenciar el instante es una puerta abierta a lo eterno, pero no nos queda ya nada original que presenciar; salvo a nosotros mismos, sin más.


Publicado en el diario La Verdad el domingo 9 de noviembre de 2008

lunes, 27 de octubre de 2008

Tiempos de crisis y de lecciones históricas


Quizá sea la hora de preguntarse en qué ha fallado nuestra civilización para encontrarnos, a principios del siglo XXI, en un mundo que, haciendo analogía humana, vive su ancianidad críticamente, padeciendo un proceso acelerado de descomposición agónica.

El ritmo vertiginoso del capitalismo ya no puede arrasar más a su paso pues se ha arrasado a sí mismo. De la lucha de clases –prologada por Marx- se pasó a la lucha de individuos, secundando o instrumentalizando la lucha de empresas o de empresarios. Y éstos últimos han sido los gobernantes supremos, portadores del Capital, del orden económico (y por qué no decir político) mundial. Ahora todo parece desequilibrarse, aunque posiblemente todo cambie –como sentenciaba Lampedusa en El Gatopardo- para que todo siga igual. Lo que cambiará para no seguir igual será nuestro medio de actuación y especulación, es decir, nuestro planeta. Últimamente no se habla mucho de esa otra crisis, conocida como ‘cambio climático’, producida, también, por causas humanas.

Y en España ahora se habla –otra vez- de Franco; y necesitan saber si está muerto. A lo mejor el cambio climático actúe primero sobre algunos magistrados y el calor obnubile sus mentes.
Los noticiarios televisivos hacen un cóctel de crisis financieras y paro, malos tratos, violaciones, rencillas marginales, partidos de fútbol, pasarelas de moda y hoteles de lujo con mayordomos virtuales. Algo así como un muestreo de imágenes de composición barroca que me hacen recordar a Quevedo y mirar los desmoronados muros de la patria suya que me recuerda a la mía, pasados los siglos pero no la decadencia que anunciaron sus versos.

Y en el mundo ocurre algo parecido aunque los americanos por fin descubrieron que el partido de Bush solamente les ha traído problemas. Quizá no les importaron las vidas de miles de iraquíes pero sí ver peligrar sus bolsillos cada vez con menos dólares que los salvaguarden y les haga sentirse orgullosos de ser americanos.

Era evidente que las utopías terminaron en las comunas hippies y todos bajaron las cabezas reconociendo que el hombre es un lobo para el hombre y que solamente importa salvarse así mismo a costa de lo que sea, incluyendo, por supuesto, la ética o la moral.

Y ahora recogemos los jóvenes la herencia del sistema que nos lo dio todo en nuestra infancia y adolescencia: comida, educación y confort. Sin embargo esa realidad se nos muestra ahora como un oasis en el desierto al que quizá no sea tan fácil llegar tal vez porque no es más que un espejismo.

El prestigioso pensador -y catedrático de Política Pública de la Universidad George Mason de Virginia- Francis Fukuyama, en su libro ‘La Gran Ruptura’, plantea la siguiente cuestión: “¿Está el capitalismo moderno destinado a socavar su propia clase moral, y por tanto a provocar su propio desmoronamiento?”. Asegura que primero la sociedad tendrá que darse cuenta de su propio deterioro y de que los principios éticos y morales volverán a restablecerse de forma natural. Pero, me pregunto yo, ¿se hará a tiempo o llegará demasiado tarde este proceso de toma moral de conciencia?

El vertiginoso cauce ético de ‘a la felicidad por el dinero’ sigue siendo la máxima del capitalismo. No hay una felicidad interior o espiritual, sino exterior y material. La felicidad capitalista entra por los cinco sentidos, son placeres sensoriales inmediatos. Epicureísmo burgués que no produce ninguna felicidad duradera y auténtica. Pero, en fin, eso es lo que la sociedad quiere, tal vez porque no nos educaron para otra cosa, solamente para mirar los escaparates y comprender que nuestra tarjeta de crédito es la llave que abre las puertas del paraíso del consumo: la llave de la felicidad.

viernes, 17 de octubre de 2008

Poema de la noche oscura

Queda la noche solamente, la noche inmensa y abierta al infinito.

Queda el mundo apagándose, despertando su misterio parpadeante,

Quedan las luces de nadie, lejos, misteriosas, increíbles.

Y yo debajo del mundo, mirando el espacio sin fin que nos convoca

A preguntas eternas sin respuesta. A poesía, sólo poesía… ensoñaciones taciturnas

Del loco artesano de la materia caótica, del suceso sin lógica ni causa, cuyo efecto

Sobrecoge y dispara frío interior, dubitativa estancia en el hogar del sueño callado.

Me urge mirar adentro, tiemblo bajo las estrellas del vasto océano que me envuelve,

Y busco un aire de claridad, no certezas ni confusiones,

Sólo claridad, para reconocerme en la noche oscura del no-ser.


Albacete, 17/X/2008

lunes, 25 de agosto de 2008

Samadhi

Siempre quedará el tiempo de lo que no fuimos, de lo que quisimos ser. El tiempo de los días azules en una isla de silencio y sueños reposados, el tiempo de las horas infinitas que hemos ido dejando atrás, como pálidas estaciones de un espacio insólito, aunque tan nuestro como el ahora, como la arena resbalando entre las manos. El tiempo de ayer, que hoy es el equipaje con el que nos encaminamos al mañana, nos ha dejado una huella de emociones sutiles que empañan el cristal a través del cual miramos lo que vamos siendo, agarrados al último paso antes de dar el siguiente, para no perdernos nunca de nosotros mismos.  

No quiero dejar de ser pero sin embargo no deseo el ser que me habita, ni el mundo por el que camino, ni el tiempo que me encadena. No deseo las mañanas del letargo y la angustia, ni el desaliento de no poder tenerte entre mis brazos. No deseo ya más reconocer la incapacidad de hacer realidad un deseo. No deseo ser más un animal de lamentos y bostezos, de tristezas y caminos impuros del alma desolada. No quiero, no deseo, no espero... Solamente he aprendido a dormir, para no volver a la vigilia de los abismos. Solamente he aprendido a dormir sin sueños. 

miércoles, 14 de mayo de 2008

Poesía: belleza y verdad


La poesía es la expresión más sublime del espíritu, el lenguaje poético convierte la realidad en un símbolo abierto de belleza. El ser cobra una identidad semiótica cuyo aliento metafísico profundiza en la total experiencia de la vida, dejando una sombra de verdad inagotable, un misterio sin límites, un eco de sustancias sensibles que embellecen el alma y la ubica en un nuevo escenario: el enigma sonoro de la existencia.


domingo, 20 de abril de 2008

viernes, 29 de febrero de 2008

Amanecer

La voz interior cubre tu conciencia,
eres semilla de luz, espacio libre de vida,
eres el comienzo, la flor perpetua
del amor incondicional, el eco gozoso
que renace en la respiración del instante.

Abierto al suave existir, iluminado,
caminas con pasos entregados al silencio
de la contemplación resplandeciente.

Eres el enigma del sueño que se esparce,
la blanca esperanza de lo divino,
el corazón amante de lo único,
de lo inexplorado, de lo viviente.

Eres la estancia infinita
de tu íntimo y dorado
amanecer.

lunes, 21 de enero de 2008

Devenir

Según va pasando el tiempo uno aprende a hacerse menos preguntas... quedaron tantas sin contestar. Sólo queda la mirada de los días pasados y un presente que se resuelve por sí solo, como si el karma me arrastrase por la marea de este extraño despertar que es la vida, un ir y venir constante hacia alguna parte, una conciencia indecisa que no conoce ninguna respuesta, y se vuelve silente, vacía, desapegada. Todo es una ilusión, un sueño trágico o dulce, o imposible, o seguro, o quién sabe qué. Según van pasando los años uno aprende a hacerse menos preguntas y a dejarse arrastrar, con cierto sosiego y meditada precaución, por la marea del tiempo, que todo lo absorbe.

miércoles, 2 de enero de 2008

De lo invisible del ahora

¿Qué signo destruye el signo oculto del aire,
qué signo de otro signo desvela la sombra de otra sombra?
¡Qué silencio tan dulce recorre tu alma cuando ya nada sabes
y en el no saber te descubres! Aire del ahora que desmaya al tiempo,
versos de espacios en blanco que desarman al espacio, noche sin ojos
que la luz esconde, ojos sin noche que a la luz renacen.

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