jueves, 30 de julio de 2009

Ruido nocturno

Estoy -entre la multitud-
solo con mis sombras.
Camino el silencio de los límites
y me ahogo en la tempestad de la calma.

Estoy en la región de nadie
donde el aire aplasta sueños
con carnes de ceniza
y brota parálisis de asedios
en ruidos ajenos, en batallas inútiles,
en voz ahogada de vértigos pálidos,
en fuego íntimo de cementerio.

Estoy solo con mis sombras
y ya no me queda nada
salvo el valor de escribir en vano
palabras que me acallen.

Es otra forma de vivir
o de morir, ver pasar el verso
dando golpes ciegos
por la marea fugaz
de mi silencio.

domingo, 19 de julio de 2009

La palabra frente a la realidad

A través de la mirada accedemos a la observación del mundo, pero necesitamos un espejo para ver nuestra propia mirada, nuestros ojos. Un reflejo en el agua acaso, que nos muestre la borrosa imagen del rostro que nos pertenece, buscándolo desde afuera, vislumbrando luego el movimiento de los gestos, de la clausura del silencio o de las ráfagas del pensamiento expresado, precipitado a la palabra que los labios moldean, con la ayuda del aire y otros elementos físicos que anhelan lo metafísico en la ficción del símbolo verbalizado y de la significación necesaria para la comprensión ajena y propia.

El signo, esa estación de paso, abierta al encuentro con la idea, limitada por la memoria del sentido codificado, ilimitada por el segundo mágico de tiempo en que se produce la identificación de idea y forma, de sentido y referencia, será siempre lo desconocido. Un juego que necesita de dos o más participantes para que comience y se prolongue hasta que el tiempo establezca su silencio continuado, como término y reposo.

La palabra, en el tablero, inmóvil e inerte, vestigio de los siglos y actualidad vulgarizada, se dispone a encontrarse, nuevamente, con su oponente, para dar inicio a una cosmovisión de sintagmas que se encaminan por sendas cotidianas de reflejos y apariencias.

El verdadero filósofo, que detesta la palabra, se ve obligado a trabajar con ella, porque sabe que no hay sistema mejor para ir al encuentro de la verdad anhelada. Aquel que ama la sabiduría halla en el sonido significados tal que sabores que degusta como explorador de los placeres sapientes, destinados a un éxtasis silábico que si no desvela, al menos elabora hermosos disfraces del desvelamiento.

Así el poeta, otra especie de filósofo profundamente hedonista del verbo, prefiere la verdad con ritmo y apariencia. Incluso los que se alejan de los juegos retóricos, y defienden la sencillez en líneas claras, caen presos de esos lúdicos azares, por el solo hecho de tratar con la palabra.

Pero la palabra va mucho más allá de las ideas, los pensamientos, los conceptos, signos, símbolos o imágenes. El filósofo Baruch Spinoza, en su Ética demostrada según el orden geométrico (1677), apuntó algo que siglos después defienden neurólogos actuales (como Antonio Damasio, El error de Descartes, 1995) y que conviene recordar aquí: “La esencia de las palabras y de las imágenes está constituida por los solos movimientos corpóreos, que no implican en absoluto el concepto del pensamiento”. Un gesto, dijimos al principio, de nosotros, reflejado en el agua, nos revela mucho más acerca de nuestra identidad que cientos y cientos de palabras elaborando un discurso sobre lo que podemos sentir en determinado momento.

¿Piensa usted lo mismo?, ¿cree que la imagen primera supera a la imagen imaginada por la palabra, la imagen segunda o metáfora? ¿O acaso un poema, ese simulacro estético de lo real, supera a la propia realidad?

El gesto de un niño de la guerra o de la posguerra sin un trozo de pan que echarse a la boca y su mirada de terror ante la muerte cotidiana, o el gesto de aquel otro hombre segundos antes de ser ejecutado a balazos por otro hombre. El de millones de personas caminando hacia el exterminio o hacia la agonía que la vida misma provee con el paso de los años y de la salud. Sin ninguna duda todo eso no es un poema. Es la vida misma. La tragedia auténtica de la vida. Sin estética alguna. Solamente tragedia. A secas.

Artículo publicado en el diario La Verdad de Albacete el domingo 19 de julio de 2009

http://www.laverdad.es/albacete/20090719/opinion/palabra-frente-realidad-20090719.html

jueves, 9 de julio de 2009

Con gesto sin alma

El viento desguaza la cordura

proclamando insólito desorden

con gesto sin alma hacia la muerte


Las nubes oscilan luces oscuras

que destapan frías pulsiones

de llantos, huidas, no regresos


Canto, duermo, me hago uno

con las voces interiores

para no olvidarme

entre los ecos

de mi nombre


Mi voz es la de nadie

y desaparece, inerme,

tal que reflejo o sacudida

con gesto sin alma hacia la muerte

domingo, 5 de julio de 2009

Los límites del lenguaje

Escribió Calderón de la Barca que “el silencio es retórica de amantes”. De esto mucho saben los místicos, aquellos poetas cuyo amor ha superado cualquier discurso ordinario y se cobija en lo inexpresable. La palabra, cuando es vista desde fuera, nos señala algo que precipita toda acción de sentido por un caos de necesario silencio. Cuando vemos, por ejemplo, su gran variedad de usos, de significados que arroja según el contexto, los intereses o cultura del hablante, etc. Wittgenstein se dio cuenta que en el discurso el principal problema era el medio del lenguaje, la proposición, la que podría llevar a engaños, ambigüedades y encrucijadas deviniendo en una actividad discursiva que no era más que juegos del lenguaje.

La necesidad de establecer verdades lógicas en toda actuación del discurso científico ha sido un problema que hoy día no está ni mucho menos resuelto. El uso del lenguaje, su carácter individual, la necesidad de que sea el hombre aquel que inicia todo discurso y la más compleja necesidad de que sea el otro individuo quien interprete las palabras arrojadas a lo ajeno, hace que apenas podamos ponernos de acuerdo en la aceptación de un sentido consensuado ante cualquier mensaje. Así, la filosofía ha sido una serie de acciones y reacciones sobre distintos discursos. Sin embargo, hay algo que el lenguaje muchas veces no puede encubrir o llevar a confusiones. Al propio emisor del mismo. Emerson lo entendió así: “Emplea el lenguaje que quieras y nunca podrás expresar sino lo que eres”. A fin de cuentas, si el lenguaje no puede ser un espejo del mundo en ocasiones –o siempre- es el espejo de uno mismo, su lenguaje da ese reflejo.

El ya citado Wittgenstein escribió que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Los límites del mundo también son los límites de la lógica. Y acaso, nada podría tener un carácter ilógico, porque si así fuera no pertenecería al mundo. He aquí una visión de lo posible a partir de lo que es pensable. Incluso el caos puede ser expresado en lenguaje por una obra musical, un cuadro abstracto o surrealista, un poema con formas retóricas de enumeraciones caóticas, etc. Finalmente, en estos últimos ejemplos, el discursos estético ordena, da un sentido, a ese aparente caos ilógico.

Bertrand Russell llegó a definir –con cierta ironía- la matemática como “el campo en el cual en realidad nunca sabemos de lo que hablamos, ni aún en el caso de que sea cierto”. ¿Cómo hacer del lenguaje, de esa construcción humana, una forma de comprensión y reflejo de la realidad ausente de interferencias de la subjetividad humana, creadora de ese cosmos simbólico? Parece ser una tarea imposible, pero no por ello trágica. El autor del Tractatus concluye esta obra diciendo que “de lo que no se puede hablar, mejor es callarse”. Descubre Wittgenstein tras su descripción del lenguaje proposicional que hay algo que excede esa estructura, que llamará ‘lo inexpresable’, ‘lo que se muestra a si mismo’, ‘lo místico’.

El silencio de Jacques Lacan, durante los últimos años de su vida, fue una metáfora de aquella imposibilidad de delimitar lo real, lo imaginario y lo simbólico en estructuras, en discursos interpretativos, analíticos y, empíricamente comprobables. Lacan supo desde el principio que ‘lo real’ no se puede expresar en términos de lenguaje, es la esencia que subyace a todo lo demás. Así el sujeto vagó de su mundo imaginario al simbólico, y viceversa, buscando aquello a lo que no puede acceder pero que está dentro de él.

Lo inexpresable ha sido la conclusión racional de muchos pensadores que, con cierta desilusión, aceptan la imposibilidad del conocimiento. En Oriente, donde también se llega a esta misma conclusión, la actitud es muy distinta, ahí radica el feliz misterio de todo cuanto somos. El silencio, que es el ‘lenguaje’ del místico, arroja verdades que se muestran a si mismas, sin necesidad de anudarse en un discurso lógico. Lo místico es “sentir el mundo como un todo limitado”, leemos en el Tractatus. Ese sentimiento se advierte como una especie de otorgación de sentido, donde la lógica del mundo es sentida totalmente. Una totalidad limitada, pero más allá de los límites de mi mundo, una totalidad de los límites del mundo, que es casi como decir: de lo ilimitado.

Artículo publicado en el diario La Verdad de Albacete el domingo 5 de julio de 2009

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