jueves, 31 de diciembre de 2009

lunes, 28 de diciembre de 2009

Agonía

Cuerpo de amor, señal de vida
que viste de astros la materia dormida,
el frío enfrentado de la ausencia,
la triste y enajenada dolencia
donde reposa el alma suspendida.
Es el tiempo, continuidad insobornable
que arrasa o silencia el aire que nos crea,
que da forma cautiva al mañana constante
y asedios de amor allí donde el alma sea.
Es el tiempo, esa luz que ciega todo, inquebrantable.

domingo, 20 de diciembre de 2009

En defensa de la paz

Quizá sea un canto demasiado arduo el que entone el sueño de la paz entre los hombres, pero merece la pena ir afinando las voces y no las armas de la guerra. Sin embargo, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en su discurso al momento de recibir el premio Nobel de la Paz, pronunció unas palabras ambiguas, cargadas de contradicciones en su intento de dar legitimidad y lógica a las acciones de la guerra. Condenando la “tragedia humana” que cualquier guerra promete también aseguró que “los instrumentos de la guerra tienen un rol a jugar en la preservación de la paz”. No cabía esperar –no obstante- otras palabras de quien gobierna la nación más poderosa del mundo, económica y militarmente. Es posible que en estos tiempos complejos no sea acertado pedirle a Obama que argumentase de forma distinta, ni tampoco premiarle por sus argumentos. Es posible que la defensa de la paz haya de nacer, desarrollarse y propagarse en el germen de la sociedad y no en los que ostentan nada más que la voz espejo del sistema. Es posible que la comprensión de la paz y la no-violencia deba ser trasladada de padres a hijos, de amigo a amigo, de corazón a corazón y no en discursos multitudinarios destinados a dar más opio ideológico al pueblo desorientado en sus valores esenciales. La enseñanza y práctica de los valores pacíficos, el sistema educativo mismo, habrá de ser semilla para un futuro más consciente de los contras de la violencia y pros de la paz. De todos es la responsabilidad de alcanzar una sociedad pacífica, solidaria y humanitaria. De fomentar una cultura de la paz y la fraternidad mutua (como en China soñase Mozi; o Cristo, Buda, Gandhi y tantos otros) y no del odio y el terror entre los seres humanos. Gandhi apuntó que era “un progreso muy lento”, el que la no-violencia (ahimsa en sánscrito) conlleva, pero sin duda “el camino más acertado para una meta común”. La Historia nos dice que el hombre lleva en sí la semilla del amor antes que la del odio, si no posiblemente ya no estaríamos aquí desde hace mucho tiempo.

Es en esa dialéctica de la convivencia entre los seres humanos donde la identidad social cobra una legitimidad moral que marca los designios vitales de un pueblo. Es seguro, como afirmó Obama, que “un movimiento no-violento no podría haber detenido a los ejércitos de Hitler”, pero también es verdad que cualquier Hitler puede impedirse antes de que sea demasiado tarde, si su pueblo no pierde el sentido de la causa cívica, de los valores éticos por encima de la sinrazón despótica, violenta y autodestructiva. Conviene a un pueblo no perder el rumbo racional que lo mantiene alejado de unos límites que no deben traspasarse nunca. Resulta así trágico y peligroso escuchar ciertos discursos y dialécticas agresivas, de enfrentamiento y crispación arrojadas por el arma, también letal si se usa letalmente, del lenguaje. Arma que los políticos arrojan con demasiada frecuencia, trasladando el mismo enfrentamiento a las calles, sembrando sonidos de ira que resuenan tristemente entre la impotencia y la desesperanza de un alma colectiva desubicada.

Otro presidente de EE.UU., J.F. Kennedy, exclamó la necesidad de establecer un final para la guerra antes de que ésta establezca un fin para la humanidad. Thomas Mann la vio como “una salida cobarde a los problemas de la paz”, un estallido impotente ante el gran reto que la convivencia y el respeto mutuo nos exigen. ¿Quién no es capaz, ni siguiera, de estar en paz consigo mismo? ¿Quién, en esa lucha interior, puede conocer el significado de la paz verdadera? Partiendo de la conciencia, del sentido común que otorga un saber vivir que nos es necesario ahora más que nunca, podremos reconciliarnos con las sombras que habitan los espectros del odio, la codicia o la radical necesidad de no entender que todos somos igualmente imprescindibles en este arduo camino de la transmisión de significado al devenir humano. Ahora más que nunca, cobran sentido aquellas palabras de Gandhi: “La dignidad humana exige que el hombre se refiera a una ley superior que haga vibrar la fuerza del espíritu”.

Diario La Verdad, 20/12/2009

lunes, 14 de diciembre de 2009

domingo, 6 de diciembre de 2009

Las puertas de la percepción

El arte siempre supone un reflejo de la realidad, una forma elaborada de aquello que se nos presenta sin forma, cambiante, en la vida. Una apariencia -acaso- que nunca deja de ser eludible, pues todo acontecer refiere una información que pasará a un procesamiento obligado, automático, de la mente, para crear la forma de lo visto en el interior de la conciencia. Tal y como propuso William Blake –y le siguió en ello Huxley- conviene abrir pues las puertas de la percepción para así dar cabida a la amplia realidad que nos sucede, aquella que siempre ha de pasar por nosotros. Si los sentidos están abiertos, si la mente no mira para otro lado y se entrega a lo que la realidad ha de decirle, el hombre puede estar dispuesto a adquirir el desafío de comprender, verdaderamente, lo que el mundo solloza o canta o simplemente calla.

En el arte este mundo queda codificado, envuelto como un regalo, para que su destinatario múltiple lo abra y averigüe el mensaje que da sentido a su sentido. Es una verdad todo lo que nos rodea, una impresión o una idea, un sentir o un pensar, en la manera que advirtió David Hume, viendo que la percepción era “todo aquello que pueda estar presente en el espíritu”. Es así como la ciencia también aceptó sus desafíos, tratando de objetivar lo que en principio pudiera parecer subjetivo, así como también el arte juega su partida con la realidad, dando color a sus -en ocasiones- grises nubes de espanto. Un cuadro de la muerte, de la locura, del hombre crucificado en pos de un mensaje de hermandad universal, las largas horas de meditación de un Buda que predicó la posibilidad del cese del sufrimiento con su silencio, lúcido y activo, pero inmensamente sereno. Todo ello nos habla de nosotros y del rumbo incierto que nos arrastra hacia el futuro. Hay arte en el cosmos, en el átomo, en el ADN de Adán y en las innumerables cifras imposibles que relatan una historia de infamias y milagros. Pablo Picasso observó que “el arte es una mentira que nos acerca a la verdad”, una mentira muy real cuando nos llega tan adentro que a partir de entonces miramos el mundo ya con otros ojos.

De libros y otros símbolos se forja el mundo interior del hombre, el rostro intransferible que recorre su destino bajo el compás urgente que va marcando la búsqueda de sí mismo. El valor de los libros, más allá de su artificio estético, es su conducción –ya lo dijo Herman Hesse- a la vida, y la utilidad que ellos otorgan a ésta. No por ello el arte habrá de dividirse en útil e inútil, en social y burgués o autocomplaciente, sino que todos traducen la vida en lenguajes distintos, pero con el mismo corazón del puño que les dio vida, es así que llamamos “ciencias del espíritu” –lo acuñó Dilthey- al pulso creador de estéticas vitales.

No es relativismo nihilista cuando el hombre se interroga y pone en cuestión los dogmas preestablecidos, las creencias que le impone su cultura o su tribu. Acaso las religiones se han olvidado de la propia raíz de su palabra, y se empeñan, en consecuencia, en desunir al hombre que busca unirse con todos, tratando de comprender en vez de negar y cerrar los ojos a la vivencia ajena. Ahí el llamado determinismo se congela en su distante compasión y reniega de sus valores más profundos y originales, olvidando su identidad, enterrándola en la historia de la intolerancia. Amar al prójimo como a uno mismo no es una frase hecha sino todo un desafío que nos pone a prueba día a día y nos insta a no enfrentar al mismo corazón que late bajo el cielo de los hombres. Si abrimos las puertas de las percepción con el valor que impone dejar de ser jueces o verdugos para empezar a ser simples espectadores y colaboradores de la trama, haremos de esta obra un relato que depare –sin duda alguna- un final feliz.

Diario La Verdad, 6/12/2009

martes, 1 de diciembre de 2009

Noche y día

Los ojos del sol te miran de repente
y te dicen que hay vida tras de ellos.
Y la noche se hace espacio donde naces
con la señal de tu origen clavada
en la conciencia.
Sabes –descubres, quizá ahora-
que eres eterno y de nadie,
que la luz te pertenece.

Los ojos del sol te miran de repente
y miras tú a la noche que ya el día
no oscurece. Y todo se funde
en un blanco constante
donde ya nada –por mucho
que lo quieras-
te pertenece.

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