domingo, 28 de febrero de 2010

Deshumanización de la esperanza

El ímpetu de lo humano busca asemejarse a la naturaleza que lo presupone. Aparece así un contraste dilatado que se enuncia en las nociones de “lo humano” y de “lo inhumano”, razones vitales de toda formulación ético-filosófica que intente recrear la esencia natural del alma humana. Con necesidad antropológica, surgen interpretaciones que perseveran en aclarar un orden innato del comportamiento humano que aporte sentido al acto racional. La nomenclatura de la razón intenta explicar al hombre sus imposturas “inhumanas”, ya bien como resultado del instinto de supervivencia, la voluntad de poder, el egoísmo, el inconsciente y sus neurosis, etc. Toda una serie de rasgos que “determinan” el devenir de su naturaleza, acaso ajenos a la propia determinación de libertad consciente, arrastrados por la corriente de sus pasiones e instintos primarios. La mera adaptación es el punto de partida, la realidad interior busca un orden en el entorno para desarrollarse y es ahí cuando el actor comienza a escribir el guión de su vida.

La sociedad actual se comienza a estudiar a partir de la complejidad que a día de hoy viene a enmascarar su razón de ser. La multiplicidad de los campos de estudio hace cada vez más difícil el análisis integral del fenómeno, pues se desarrolla en vías independientes que a la fuerza se ven incompletas en sus conclusiones. El estudio humanista ya ha perdido su sentido, con la crisis de la filosofía que, por su carácter especulativo, se ha visto eclipsada por la ciencia. Ha perdido legitimidad el discurso sobre la materia (mundo físico, el que atisbamos) desde el asombro metafísico y esto ha trastocado las raíces creativas del hombre en el afán por dar sentido a su mundo. El comportamiento mecánico de las ciencias (deshumanizado y robotizado en sus medios y fines) se sirve como un jarro de agua fría que apaga el fuego del conocimiento profundo o trascendente. Todo se convierte en un constante mirar hacia fuera reportando datos y estadísticas sobre un volcán en ebullición: las esperanzas intrínsecas del ser humano. Acercándose al futurismo sórdido de Blade Runner, el autómata soporta el destino de la libertad hacia un espacio gris de anulados sentires. La estructura del poder permanece intacta, haciendo esclavos a los hombres de la inmensa maquinaria generadora de eficientes instrumentos de producción que sirven a los intereses del mercado, en manos de unos pocos y para su propio abastecimiento narcisista, dejando las migajas de los beneficios de sus cosechas como triste recompensa. La jerarquía dominante, exigente, las empresas que gobiernan en la sombra, la organización del mercado que reparte la libertad mediante contratos temporales de trabajo esclavizantes, conforman el núcleo de la desilusión social, ya anestesiada de llantos ante el sórdido rumor de los espacios televisivos y otros opios “deshumanizantes”. La libertad se ha convertido en un salir a votar un día cada cuatro años; y después que Dios reparta suerte. De vuelta al silencio del abismo masificado, del objeto de venta o de compra, de la envanecida mercancía sagrada, la religión del consumo y de las “tiranías privadas” nos consume. Así denominó Noam Chomsky (“tiranías privadas”) a las nuevas formas del totalitarismo encubierto: las empresas.

Casi parece corriente oír en las noticias que en año y medio veinticuatro trabajadores de la empresa France Telecom se han suicidado o que un departamento de recursos humanos de cierta empresa desarrolla un videojuego para ser usado como forma de selección de personal. ¿Es éste el alienante precio que pagamos por un liberalismo agresivo, por un avance tecnológico eficiente, por una sociedad virtual instrumentalizada y despojada de la ética que se supone orienta al individuo en su aventura comunitaria? Sólo cabe decir, con Schopenhauer que: “en estas circunstancias, alza su cabeza el ya dispuesto materialismo, con su cortejo de bestialidad (al cual llaman ciertas gentes humanismo)”. Ya alzó su cabeza hace mucho tiempo, hoy en día todos somos hijos de sus circunstancias. Las palabras de Albert Camus seguramente resonarán en la conciencia de quienes todavía les quede eso que llamamos conciencia: “La ley puede reinar, en efecto, mientras es la ley de la Razón universal”. Pero conforme avanzamos en el tiempo, esta razón, de ecos cristianos o kantianos, o simplemente llamémosla “humana”, “universal”, va quedando muy lejos, en el espacio de la “sin razón” legitimada, en el sueño de un simulacro lógico o pesadilla infrahumana. Se pasó de una razón ilustrada a una razón aparentada como por un letargo casi automático donde despertar del sueño supuso entrar en otro sueño aún más irreal, pero forzoso y extenuante. Sin embargo, aunque parezca extemporáneo –y acaso ingenuo- conviene volver a soñar utopías, pero pisando firmemente el suelo, convencidos de que cimientos reales respalden los legítimos sueños de un mundo nuevo, posible y necesario.

Diario La Verdad, 28/02/2010

domingo, 14 de febrero de 2010

Dialéctica del silencio

La palabra gobierna el mundo entre archipiélagos de silencio, en el inmenso mar de los discursos del hombre quedan retazos inconmovibles de individualidad que construyen mundos paralelos siguiendo las reglas creativas del nacimiento espontáneo. La novela moderna o el cuadro abstracto dan buena muestra del intento de percepción inédita, de la búsqueda de un destello original que aporte al mar de lo mundano una salida o un regreso al cosmos insólito que se expande desde el alma hacia el misterio del ser que habitamos. Incluso la física cuántica sigue esos impulsos antigeómetras, donde la forma no tiene lugar en el tiempo ni en el espacio, sino en la dimensión inhabitada de los fenómenos asincrónicos. Y mientras tanto, cuando las salas de cine o los sueños nos ofrecen esa única posibilidad de salir del espacio inherente, seguimos construyendo en la dimensión de la palabra, de la mente constructiva de lenguajes, oportunas vías de salida a embotaduras terrenales que pervierten la materia de miseria y escepticismo. Es en la experiencia donde el fenómeno vital queda encuadrado, dispuesto en un marco de conjeturas que estiman resolverse conjuntamente a las normas racionales y semánticas que sujeto y predicado permiten. Todo se expande en el marco de lo posible, como una paleta de colores o la vibración sonora de unas cuerdas que asignan la realidad material de un comienzo de creación artística o esencia acariciada.

La palabra, ese sonido que amplifica la realidad del mundo y ansía nombrarlo y conocerlo, tiende un hilo paralelo al silencio inamovible, haciéndonos creer que todo es del verbo, cuando este es precisamente deudor del punto que le ha permitido nacer. Pero la palabra se busca constantemente, utiliza al silencio para combinar y diferenciar los fonemas que den lugar a un balbuceo que nos signifique, que nos otorgue la premisa de decir que somos un nombre que deviene nombrado. Entonces –para nuestra desventura- no conviene equivocarse, porque de ello depende la identidad que adoptemos ante el mundo, sincera o aparentada, identidad a fin de cuentas que pinta el rostro de nuestro destino. Juego ilógico que juega a ser lógico, nombre que olvida su silencio integrador. Estamos así creando la cultura, con estas reglas, a cada instante.

El poeta Octavio Paz visitó a la palabra buscando al silencio, a sabiendas de entenderla como un “fuego que nunca se acaba”; y le dice: “no existes pero vives, / en nuestra angustia habitas / en el fondo vacío del instante”. Una inexistencia que paradójica reaparece sin cese, dando forma al vacío, desordenando a éste en presunta lógica del sentido, trastornando al silencio con rumores interiores que dan luz y sombra a este sueño de apariencias significantes que es la vida. Ese rumor de la palabra parece transportarnos, como Caronte atravesando la no amada laguna Estigia, hacia un Averno dudoso, en camino de lamentos, cuando nos aferramos a ella para entrar al fondo de la verdad que precisamente se bifurca en sus límites intangibles. No faltan razones para el cansancio filosófico de Occidente y su necesaria deconstrucción. Pero al volver al origen desvelamos que toda pregunta supone una renuncia, la de no saber la respuesta. Y lo más importante, que ante la respuesta misma se cruza la más grande renuncia, la más grande entrega: la mirada desnuda hacia la verdad, el viaje sin destino que supone olvidar todo lenguaje para que el espíritu se aproxime a la letra escondida que realmente le nombra. Es cuando nada queda que todo puede ganarse, es cuando el silencio se abre vibrante que el sonido se inventa a sí mismo y suena tal que la misma nube que franquea el cielo, real y pasajera, en ajuste armónico y concreto de sinfonía, única y común en su sustancia a todas las nubes sin nombre que viajan y se borran en alguna parte.

Kierkegaard entendió la existencia como “una realidad que hay que experimentar”, no como un problema en sí, sino como una puerta abierta, donde entrar ya es ganar la respuesta. Siempre queda la entrada al vislumbre de esa realidad no tocada por el nombre que queremos conferirle, perpleja en su ser y renovada por el instante que a todo segundo nace, pues somos pasajeros de una misma esencia, que pasa como la nube pero que vive siempre dentro, como la libertad que hace posible abrir los ojos al paisaje. La libertad de ser todo y nada, de hallar y olvidar lo hallado, de morir y despertar a nuevos hallazgos. La libertad viva, nunca aferrada a la idea que podamos tener de ella. Solamente como algo que surge, incontestable, que nos hace testigos de su constante prodigio de trasportarnos hacia la vida presente, allí donde quiera que estemos. La libertad, como columbrara el verso de Miguel Hernández: “ es algo / que sólo en tus entrañas / bate como el relámpago”. Y es ahí adentro, en esa dialéctica interior del silencio con el hombre que la observa, donde el mundo aparece.

Diario La Verdad, 14/02/2010

viernes, 5 de febrero de 2010

En el comienzo

En el último sonar de las campanas
interiores del alma y de la noche
escuchas al final de las palabras
el torrente ajeno de las voces
que repiten tu nombre
en la mirada
y en los surcos del cielo
y en su cumbre.
La voz que persigues
al dictado y al silencio
se fue con la palabra.
Y no es nada lo que queda
sino el amor y el gesto
imborrable
de todos los comienzos.

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