domingo, 20 de noviembre de 2011

Salir de la crisis



Una crisis sistémica. Así se ha definido el tipo de crisis que –a nivel global- estamos sufriendo. Todos los días la mayoría de las noticias en portada de los medios de comunicación se refieren, directa o indirectamente, al panorama crítico que nos acontece. Imposible lograr un respiro ante tanto acoso informativo. Convertimos el entorno en que vivimos en una especie de territorio hostil en el que todo suena a crisis, riesgo, deuda, quiebra… Mientras tanto, la publicidad nos sigue vendiendo ese mundo feliz de consumo sin pausa exhortándonos -sin excusa- a comprarlo todo. Pero el doble juego del sistema ya se está quedando obsoleto. La mayoría de las personas comienzan a comprender que no son felices consumiendo más y, sobre todo, haciéndolo a costa de entrampar sus vidas, tiempo y esperanzas  reales. Pues nos han acostumbrado a proyectar esperanzas ficticias, que sólo han añadido más estrés e incomodidad (haciéndonos comulgar a fe ciega con eso de: a mayor consumo, mayor calidad de vida). Muchas personas se preguntan si la vida es realmente eso, si merece la pena enfocar un recorrido vital (limitado por otra parte) de este modo. Hay quienes pronostican, por ello, que el éxodo urbano a las ciudades será una de las grandes alternativas de vida en el futuro. Lejos del ruido infernal de las masas urbanas, allí donde el canto del gallo marque el único y primer sonido reconocible del alba. ¿Quién no ha soñado con despertar cada día lejos del ajetreo cotidiano en bucólicos hogares de chimenea o con tardes interminables en que sólo acontece el resbalar de la nieve tras la ventana? Hoy día, que el tiempo nos absorbe y apenas sacamos un par de horas a la semana para nosotros.

Lo que sí va quedando claro es que no todo el mundo quiere seguir viviendo así. Y que, además, el sistema no lo soporta. Albert Einstein, que también habló de la crisis, pues antes, durante y después de la II Guerra Mundial todo era crisis, nos dio muy buenos consejos, de esos que provienen no de la docta y hueca erudición sino de la llana sabiduría, que merecen ser tenidos en cuenta. Nos dijo que no podemos pretender que las cosas cambien si hacemos siempre lo mismo y que no es adecuado ver la crisis de un modo pesimista y derrotista porque de esa manera sólo dejamos patente nuestra propia incompetencia. El físico alemán nos asegura, por el contrario, que los tiempos de crisis son tiempos de oportunidad, de nuevos retos, de espacios donde dejar aflorar la creatividad. Cito ahora sus palabras textuales: “Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla”. Aquí Einstein apunta al centro de la diana y da de lleno.

Hoy en día oímos por todos lados hablar de la crisis (como si interesara a alguien que nos convenzamos de ello por algún extraño motivo) al tiempo que nos piden también por todos los frentes que vivamos como si nada pasara, consumiendo y construyendo ese proyecto de vida feliz basado en un omnipresente materialismo existencial. Sin embargo, ese “trabajo duro” al que alude Einstein no puede ser en la misma dirección poco fructífera de siempre. He aquí el reto que se nos plantea: mirar más allá de las viejas fronteras que hasta hoy nos cegaban y limitaban, haciendo uso –por el contrario- de la inventiva y creatividad humanas para construir el mundo que verdaderamente queremos. Como entonara un célebre cantautor: “No sé qué quiero, pero sé lo que no quiero”. Esta es una buena opción constructiva para empezar, eliminando aquello que, por experiencia, sabemos nos perjudica. Una sociedad enferma, insana, no es una causa sino una consecuencia. La causa somos nosotros, afortunadamente; pues esto indica que tenemos el timón de nuestro destino y la posibilidad aún de cambiar el rumbo, antes de que sea demasiado tarde. Afirma la sabiduría popular que el pesimista maldice el viento, que el optimista espera a que mejore pero que, el realista, dispone correctamente las velas, tomando así este último la decisión adecuada. No es otra cosa lo que la historia espera de nosotros,  que miremos en la dirección acertada, que no rememos contracorriente y que sepamos enderezar el barco a tiempo cuando la tempestad venga de frente. 

Diario La Verdad, 20/11/2011

domingo, 6 de noviembre de 2011

Conciencia ética



Fue el premio Nobel de Literatura José Saramago quien dijo en una ocasión que “la alternativa al neoliberalismo se llama conciencia”. Esta sería una adecuada forma de introducir la cuestión que nos ocupa: la toma ética de conciencia a un nivel global. Uno de los malos hábitos que el liberalismo ha sembrado consiste en pasar a un segundo plano los criterios éticos y poner en lugar preferente una serie de valores tan cuestionables como son la competitividad y la voluntad de poder a cualquier coste. A día de hoy el sistema neoliberal nos está mostrando que su imperfección reside en la enorme desigualdad en la distribución de riquezas y consiguiente poder que viene generando, produciendo una alta descompensación no ya solamente en las personas individuales sino en países diferentes que apenas logran sobrevivir, apurados por las deudas que les consumen día tras día. Los mercados gobiernan el mundo y muchos gobiernos se han convertido ya en sus deudores. La táctica de los mercados y del sistema financiero es sencilla, más para los que más tienen y menos para los que menos tienen. A esto se le llama crisis en la actualidad: a la problemática que genera un continuo empobrecimiento de la clase media, esto es, el empobrecimiento de la mayoría que menos tiene. Mayoría que, a su vez, depende exclusivamente de esa minoría poderosa formada por quienes controlan el mercado financiero y las grandes empresas: verdaderos gobernantes del mundo que no cesan de buscar por encima de todo un mayor enriquecimiento propio a costa de abusar, empequeñecer y controlar aún más a quienes menos tienen: esa, volviendo al punto de partida, gran mayoría de individuos.

Ante este panorama desolador, ¿dónde podemos colocar ese término casi metafísico que llamamos “conciencia ética”? Sin duda no queda otra opción que el colocarlo en un primer lugar, en el escalafón más alto. No queda otra alternativa si esperamos ‘evolucionar’ ante un desastre producido por la alienación de unos valores fundamentales para la convivencia que deberían consistir en la supervivencia ‘saludable’ de nuestra especie. Pero esa alienación consiste en convertir algo dañino y reprobable (como es un excesivo y competitivo materialismo) en bueno y necesario. Procurar que el tan anhelado bienestar humano sea posible para todos y pueda mantenerse sin necesidad de hipotecar la vida y el tiempo en pos de unos faltos y fatales valores es, por tanto, una misión urgente. De otro modo, el bienestar pasa a llamarse malestar. Y ese malestar genera violencia y todo tipo de problemas de convivencia. Convivencia que, por otro lado, ha de estar movida por un fuerte sentimiento ético que cohesione a los individuos a través de una protección mutua definida por lo que todos han de llamar ‘lo que está bien’, es decir, aquello que es ‘bueno’ para todos.

No sólo es función de la política el procurar el bien de todos los individuos, que de hecho lo es, sino que los mismos individuos como sociedad han de tener el compromiso moral, nunca sobreimpuesto, sino sembrado por su cultura y educación generacional, de mirar por sus semejantes y procurar el mismo bien que procuran para sí mismos. Compromiso este que fue la premisa fundamental del cristianismo, que a su vez es el caldo de cultivo de nuestra sociedad occidental. ¿Por qué, entonces, parece que el neoliberalismo nos lleva como grupo motivado por unos determinados intereses económicos a una continua dicotomía con el territorio ético, incluso religioso, del que también formamos parte? La respuesta, creo, pone en tela de juicio el sistema que nos sustenta. Y es por esta razón que sólo cabe una salida a este laberinto: la rebeldía, el compromiso de conciencia ética, el resistirse a aceptar que la lucha indigna por el poder es nuestro rasgo distintivo como humanos y denunciar todos los casos en que esta indignidad es puesta de manifiesto. Denunciar nuestra falta de moral como sociedad esclavizada por un sistema inhumano es recordar que somos seres éticos y que podemos ser gobernados por unas fuertes y auténticas convicciones morales donde libertad y dignidad componen esa piedra angular de esa forma de vivir que supone la única coherente y natural alternativa; y que se llama conciencia.

Diario La Verdad, 06/11/2011

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