lunes, 25 de febrero de 2013

El poder del pueblo

Además de la importancia de palabras tan en uso como ‘sistema’, ‘sociedad’, ‘democracia’, etc., no podemos olvidar nunca el origen y la razón de las mismas, más allá de lo genérico, apuntando a lo particular. Así, se desvelan las palabras esenciales: ser humano, individuo, persona… El número o la estadística abre numerosos informativos, la sociedad se engloba en grupos diversos y ésta a su vez es regida por un sistema que traza los caminos a seguir, el movimiento y sus pautas. Pero, debido a esta selva de conceptos abstractos nos perdemos y deshumanizamos, olvidando el sentido de una sociedad, de un sistema, que son los individuos que lo forman. La palabra ‘democracia’ también conlleva la trampa de un lenguaje desvinculado de su propio significado, entrando en ese grupo de palabras que ya nombran difusas realidades, cada vez más gélidas y ásperas. El ‘poder del pueblo’, el verdadero, suena ya a utopía, a sueño desmantelado, pues muy pocos están convencidos de la posibilidad de alcanzar esta necesaria realidad humana. Pero no hay mayor acción a favor de este movimiento del pueblo hacia la conquista de su libertad, que la de los individuos que lo forman, unidos, reclamando justicia social, igualdad, solidaridad con sus semejantes. 

La única manera de salir de este egoísmo masivo en que se ha convertido el funcionamiento del sistema capitalista es a través de la acción popular, del apoyo incondicional a los desfavorecidos por este sistema que, como una tempestad, está dispuesto a arrasar con todo y con todos si no lo paramos a tiempo. Desahucios, familias sin alimentos, sin empleos dignos, individuos explotados, esclavizados con trabajos de horas interminables y mínimos salarios. Y ante todo esto sólo nos puede quedar una convicción firme: el sistema no puede salvar al sistema. El sistema está diseñado para arrasar, para devorar, para saquear a los pobres. El sistema, tramado por el poder, está al servicio del poder. Y el movimiento, la acción real y firme ha de ser del pueblo. Cada vez cuesta más reclamar, exigir un derecho. Las evidencias nos muestran que hay oídos sordos, que el sistema nació con una venda en los ojos. Ahora sabemos que el movimiento ciudadano lo es todo, el movimiento desde dentro y desde fuera, pues también quienes están dentro son individuos atrapados en el engranaje maquiavélico del poder. Si el sistema te obliga a actuar en contra de lo que consideras justo, la mejor forma de rebeldía es no actuar, parar, negarse a alimentar al monstruo. 

Las fuerzas de seguridad no pueden olvidar que sirven a los ciudadanos, que velan por la seguridad de su pueblo. La justicia, la sanidad, la educación… todo ello está al servicio nuestro; no son aparatos de intimidación, de saqueo ni de alienación. Y una sociedad no puede luchar contra sí misma, son aquellos quienes componen las piezas de este sistema, en sus distintas vertientes, los que han de cambiar las cosas, radicalmente, sin temor, con la firme convicción de que la acción rebelde va en defensa del bien común, de forma pacífica pero valiente, como decididos aliados de la libertad: aquello a lo único que realmente podemos servir con dignidad. Ser libre exige realizar sacrificios, pero es la única manera de ser fiel al mandato de la conciencia interior: aquella que ve la desigualdad en el prójimo como propia. Y la única manera de luchar contra el egoísmo es el altruismo y la solidaridad, así de sencillo. No esperemos ganar nada para restaurar un equilibrio, pues esa propia restauración es la ganancia, verdadera ganancia colectiva que repercute a todos, en la que ganan todos, pues lo que es justo, lo es para todos. Como escribiera Nietzsche: “Quien poco posee, tanto menos es poseído”. Y cuanto menos es poseído uno por el sistema y sus chantajes consumistas, mayor libertad tendrá para actuar, menos cohibido se verá, menos impedido por lo que pueda perder en el camino, sobre todo si esa pérdida es material y superficial. No hay mayor riqueza que la libertad, no hay mejor forma de aplicarla que entregarla más allá de los límites de nosotros mismos; dejándola dispuesta y visible a quien quiera que se la encuentre. 

Cada individuo lleva consigo una acción prodigiosa que entregar a sus semejantes. El poder del pueblo parte de su movimiento constante, sin pausa, sin tiempos muertos, por la senda de la justicia social. Una acción ciudadana, individual y concreta, como la de un bombero que se niega a desahuciar a una anciana de su casa, es una de tantas mechas capaces de encender la llama de la libertad conquistada, retomada, de nosotros mismos. Pues, ya lo dijo Whitman, “una hoja de hierba no es menos que el camino recorrido por las estrellas”. Y todos somos hojas de hierba, capaces de poblar campos y bosques sin límites, y universos de estrellas que iluminen como flores los días y las noches, las horas y los siglos del hombre. Del hombre nuevo: el hombre libre.

Diario La Verdad, 24-02-2013

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