miércoles, 22 de mayo de 2013

Voluntad de entendimiento

Fluir en la vida y hacia la vida, permitir que nuestros pasos vayan dejando semillas en el camino, aquietando las prisas, avistando horizontes nunca antes contemplados; pues todo día, todo instante, es el comienzo de la sabiduría y de la libertad, cuando nuestra mirada no pierde de vista la luz que la ilumina. En estos tiempos convulsos, donde todos sabemos que muchas cosas hay que cambiar si queremos avanzar juntos como sociedad, pero no nos ponemos de acuerdo en cómo hacer las cosas, hemos de reflexionar sinceramente si la cuestión que subyace a esto que llamamos “crisis” radica, más allá de la superficie de múltiples conflictos cotidianos, en la dificultad o falta de voluntad que encontramos los seres humanos, como globalidad que convive y evoluciona junta, en ponernos de acuerdo, flexibilizando e integrando, y no subrayando continuamente los puntos que nos separan. Aquí radica la conciencia integradora, una conciencia madura incluyente. 

La sociedad, hoy más que nunca, necesita de esa voluntad de entendimiento, de esa confianza en el otro, en escuchar lo que tiene que decir y en valorar, adaptar y cimentar nuevos discursos, nuevas perspectivas. Para ello hemos de ir tomando conciencia de que todos formamos parte del mismo barco y de que todos, por igual, tenemos una responsabilidad común. Una revolución comienza por aquellos que se asfixian ante la tiranía de los poderosos (aquellos que controlan o creen controlar el timón del barco, aquellos que, como el capitán del Titanic, no vieron el iceberg o no lo quisieron ver). Otros creyeron que el barco era invencible porque lo habían construido ellos y no se preocuparon por los botes salvavidas sino como mera cuestión decorativa. Pero la naturaleza no se deja chantajear por el dinero o los smoking de las fiestas de “El gran Gatsby”, y simplemente está ahí, imponiendo la verdad de su rostro. Cuando la tiranía no deja respirar a una mayoría, el pueblo, que debería ostentar el verdadero poder que se le ha usurpado (“el poder del pueblo”, la democracia) lo que sucede simplemente, mediante eso que llamamos revolución, es que la naturaleza se impone. 

Una revolución como un volver a evolucionar, un regreso a nuestros verdaderos orígenes, a que se restaure la justicia real, aquella destinada a hacer dignos a los seres humanos, a velar por su bienestar, pues es su derecho propio y natural. El agua sigue ese curso y o lo seguimos, o remamos contracorriente. Y es, a mi entender, donde volvemos al punto del comienzo, esto es, a la necesaria voluntad de entendimiento, dejando a un lado los intereses particulares en favor de los colectivos. El capitalismo es la moneda de cambio y no sirve a una comunidad, pues una comunidad necesita que sea ‘común’ la garantía de su supervivencia. Las grandes desigualdades generan los mayores trastornos cuando una parte está quitando a la otra, cuando un grupo se alimenta y se sirve del otro mediante el abuso encubierto de los intereses particulares. Quizá nadie tenga la respuesta definitiva, pero vivir en proceso significa construir juntos el entramado de nuestros ideales, con una voluntad firme de encontrar certezas en medio de las dudas, pues hay algo que nos unifica y embarca juntos: una sociedad que crece cuando escucha y es escuchada verdaderamente.

La Tribuna de Albacete, 22-05-2013

miércoles, 8 de mayo de 2013

De crisis y desahucios


Son muchas las personas en este país que diariamente se preguntan cómo salir de la crisis, una crisis que se está alargando en el tiempo de forma incontrolable, al igual que un incendio asola los bosques en creciente abismo de fuego, inevitablemente inextinguible. Quizá el bosque ya haya ardido por completo y estamos en el tiempo de esperar, esperar ver crecer de nuevo el paisaje desolado. Pero a este paisaje, sombrío, pocas son las manos que arrojan semillas, quizá temiendo que la tierra ya no es fértil o quizá buscando que todo crezca por sí solo. Mientras tanto los bancos decretan desahucios y mantienen pisos vacíos, atentando contra la razón social y el sentido común, contra la solidaridad y contra la humanidad. Pisos desahuciados a personas que un día, cuando podían hacerlo, pagaban religiosamente a los bancos más de lo que era necesario, asumiendo intereses crecientes, dando más de la mitad de sus salarios a entidades que especulaban y que se enriquecían de una manera insaciable; pues así lo decreta el neoliberalismo. Para que unos pocos se hagan inmensamente ricos la mayoría ha de volverse inmensamente pobre. Aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente” ha sido una ley tácita que nos ha obligado a explotarnos unos a otros, a creer que es más apto el que más tiene y a desechar, expulsar y marginar a aquel que no entra en la sangrante órbita de un sistema que ha perdido su sentido de ser. 

No hay manera de cerrar los ojos a esta realidad que se nos presenta. No sólo hay viviendas, personas y familias desahuciadas, sino que todo un país está al borde del desahucio, con una deuda que crece exponencialmente, y cuya única solución que se encuentra es empobrecer más nuestro futuro, privatizando nuestros derechos, encareciendo nuestras necesidades básicas. Y nuestro sistema bipartidista ya no sirve al pueblo, sino al mercado, al sistema financiero, a los grandes especuladores. Pero sabemos ahora más que nunca que es esta mentalidad económica la que ha fallado, donde el derecho al consumo masivo es ya un deber y la presión capitalista genera cada día una mayor desigualdad, ansiedad y miedo, pues toda nuestra vida depende de lo que seamos capaces de poseer. Cada día vemos en las noticias casos de corrupción, recordándonos aquellas palabras de Hannah Arendt en las que definía la hipocresía como un vicio que se manifiesta en corrupción, como una exhibición de algo que no se puede poseer y que obliga al individuo a robar para mantener esa mentira. Una feria de vanidades, en definitiva, cuyos verdugos terminan convirtiéndose en sus propias víctimas, pues de tanto afilar la cuchilla acaban por cortarse a ellos mismos. Un país, el nuestro, como decimos, que refleja la derrota de un modelo que es incapaz de tenerse en pie. Si Alemania nos alentó a gastar lo que no teníamos, así los bancos lo hicieron con sus clientes y así ahora, nadie puede pagar a nadie. ¿Saldrá alguien bien parado en esta historia? Quizá el que sepa conformarse con poco, o con nada. O quizá el que empiece a plantar alguna semilla, en vez de seguir prendiendo bosques que ya ardieron.

La Tribuna de Albacete, (8-5-2013)

miércoles, 1 de mayo de 2013

Dentro del mar


Yo te miré despacio y con dulzura, tú me devolviste la mirada y con ella la vida. Mi corazón parecía querer salir de mi pecho para unirse con el tuyo entre el calor de los silencios. Imaginé tomar tu mano suavemente. Entretanto las olas de la playa marcaban el ritmo de nuestra interminable canción de enamorados. Entramos juntos en el mar, de nuevo a la vida, al movimiento de las almas, al fluir de las aguas sobre los cuerpos inundados. Yo buscaba tu mirada de nuevo, ese gesto tuyo que -como estrella fugaz- hacía detenerse infinito el instante. Y llegó, aconteció el soplo de encuentro iluminado. Por unos segundos nos quedamos así para siempre, en medio de la más completa eternidad.

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