jueves, 20 de junio de 2013

La revolución tecnológica

La época en que vivimos hoy, ya pasados más de doscientos cincuenta años del comienzo de la Revolución Industrial, podría conocerse como Revolución Tecnológica, en el sentido del vertiginoso auge de la tecnología en los últimos años, sobre todo desde que se generalizaron el uso del teléfono móvil o de Internet. Podemos hablar, por tanto, de una Revolución muy reciente, que todavía hoy está en pleno apogeo y que ha supuesto un antes y un después en la forma de comunicarnos y de relacionarnos. La presencia de las redes sociales o de los teléfonos móviles tuvieron un especial protagonismo en las manifestaciones del movimiento 15-M español, algo que ayudó a extender la participación ciudadana y la exitosa organización de las convocatorias. Un ejemplo del buen uso tecnológico.

Pero la corriente de la novedad, de la corta duración de los objetos tecnológicos que compramos y el deseo de “estar a la última”, conlleva una especie de manía o neurosis que no debemos pasar por alto, para no terminar siendo nosotros mismos instrumentos destinados a consumir, ciegamente, todo lo que ponen frente a nuestros ojos, solamente porque es lo que toca comprar ahora para no salirnos de la maquinaria del consumo. El motor de la economía, así, marca el ritmo de nuestras vidas y desequilibra nuestro ritmo natural, interno, por un exceso de estímulos externos destinados a crear un desasosiego, una necesidad, que sólo se ve satisfecha cuando el objeto de consumo, de deseo, queda satisfecho. Así vamos, de necesidad en necesidad, de insatisfacción en insatisfacción, sólo con el alivio de unos breves minutos que el mercado ha dictado que son los que podemos sentirnos felices antes de que el nuevo objeto de deseo aparezca anunciado en la televisión. Las tendencias consumistas nos instan a ir reconduciendo nuestras vidas por un sendero donde el afán de poseer la novedad imprime el valor predominante.

El hecho de que reconozcamos que la tecnología vive un proceso revolucionario en cuanto a sus posibilidades y usos no indica necesariamente que esto sea una conquista social si la sociedad no ha adquirido la madurez necesaria para no ser manejada, manipulada, por la economía de mercado. La sociedad de consumo nos marca el horario de nuestra libertad y nos pone el deber de consumir frente a la mesa, el deber de consumir para ser, no sólo para sobrevivir. Esta es una herencia cultural que Occidente recoge de la Revolución Industrial y que, sofisticada en tecnología, no deja de ser otra masificación de la razón humana equiparada a sus bienes materiales. Una herencia que hace que la cultura, como la tecnología, no sean un necesario factor de progreso positivo, sino un obstáculo para con uno mismo y para la verdadera evolución de un ser humano en extinción como especie, desde el punto de vista de su sabiduría. Como escribió Montaigne, “la razón humana es un barniz superficial”, algo muy moldeable, muy hecho por fuera, fácil de manipular. Y esto ha de ser –finalmente- un hecho a tener en cuenta, que nos haga recapacitar y tomar conciencia de nuestra verdadera identidad, aquella que nadie puede manipular por propia conveniencia. El verdadero avance cultural será así la libertad de conciencia, y en consecuencia, de decisión.

"La Tribuna" de Albacete, 19-06-2013

miércoles, 5 de junio de 2013

Pasos hacia la libertad



Una reflexión sobre la libertad es siempre un estímulo para mirar hacia delante, para aproximarnos a lo que realmente queremos y quizá no encontramos el modo de expresarlo. Si pensamos en el concepto de libertad social probablemente estemos atribuyendo un vuelo de mayor alcance a la palabra, pues toda libertad se apoya en la unanimidad de su destino, en una afirmación que se siente por derecho como esencial del individuo y que compartida tiene la fuerza y el impulso del arma más poderosa: la verdad. Podemos definir la libertad como aquello que no nos pueden quitar, un derecho espiritual innegable y que un conjunto de individuos ha de defender como fundamento de su estructura orgánica. La libertad es la base de la convivencia y la concordia, la necesaria virtud que un pueblo ha de poseer para evolucionar creativa y saludablemente.

Actualmente la sociedad vive en contradicción con el Estado, pues es este último quien administra su libertad y quien, hoy por hoy, hace de este poder un abuso constante, legitimando restricciones y carencias decretadas por agentes bursátiles y financieros que no representan a esa unanimidad que busca su libertad y que sigue confiando (ya seguramente porque no queda otro remedio) en los políticos (representantes que el pueblo ha elegido) para que la gestionen. Pues, cuando el sofista se ha instalado en el poder, sólo busca convencer y no servir, persuadir y no llegar a la verdad justa de sus acciones. El poder sirve al poder, en una estructura piramidal que ha olvidado el fundamento de su labor, entregándose a un sistema neoliberal que sólo sabe devorar para crecer, con ánimo insaciable.

Jean-François Lyotard, en su libro "La condición postmoderna", se hace la siguiente pregunta: "¿quién tiene derecho a decidir por la sociedad?" La voz del pueblo se difumina virtualmente, no tiene rostro, la han usurpado los medios de comunicación filtrando la realidad y los políticos enmascarando sus verdaderas intenciones. Por ello, el pueblo vive confundido y tenemos la impresión de que no hay un acuerdo común para lo que realmente queremos. Como dice Lyotard, "el héroe es el pueblo" y "el signo de la legitimidad su consenso". De esta manera, es necesaria la búsqueda de ese consenso por parte de quien realmente tiene el derecho de guiar su propio destino. Esto es, a mi entender, la libertad social, la vital constatación, en primera instancia, de quien lleva el timón de su futuro y el esfuerzo constante por impulsar y promover ya algo más que participación ciudadana; verdadero gobierno del pueblo, por y para el pueblo. Y si los políticos no siguen la estela de este nuevo movimiento natural, de crecimiento social y libre, tendrán que ser cambiados por mera coherencia evolutiva.

No dejemos que nos gobiernen quienes constantemente nos dan muestras de su indiferencia, obviando nuestras necesidades y derechos más vitales. No dejemos que aquellos quienes se excusan en la crisis sean a su vez, y a escondidas, sus más fieles valedores e interesados. Recordemos, ya lo dijo Don Quijote, que la libertad, hoy más que nunca, “es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”. Y es nuestro el deber de cuidarla y defenderla.

"La Tribuna" de Albacete, 5-06-2013

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