jueves, 24 de octubre de 2013

Licencia para espiar


Es de sobra conocida la dudosa legalidad de las prácticas que, en pos de la seguridad nacional y mundial, Estados Unidos ha llevado a cabo durante décadas. Saltan a la luz en primera plana noticias sobre casos de espionaje masivo, por parte de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) de Estados Unidos, ocurridos en Francia, donde en sólo treinta días se interceptaron más de setenta millones de comunicaciones. No sabemos si al pasear por la calle un satélite estará siguiendo meticulosamente nuestros pasos o si todos los correos electrónicos que hemos enviado están registrados en los archivos de alguna de estas agencias de seguridad. Es difícil conocer lo que está considerado como "alto secreto" y si realmente toda la información que se maneja -y que posiblemente nos incluya a nosotros- va más allá de los fines de la seguridad nacional y puedan ser usados con otras intenciones, como por ejemplo averiguar nuestros hábitos de consumo o nuestros excesos de libre pensamiento. Esta impune invasión de la privacidad, falsamente regulada por los gobiernos, pone en cuestión el propio sistema democrático y las garantías que éste ha de procurar a sus ciudadanos.

La red de espionaje Echelon, controlada por la ya citada NSA, intercepta alrededor de más de tres mil millones de comunicaciones cada día, datos que hacen dudar de que sólo se investiguen casos de sospecha de terrorismo, corrupción, narcotráfico u otros delitos, ya que estaríamos hablando de un número exagerado de comunicaciones "sospechosas", un número que nos lleva a pensar que un porcentaje alto de la población mundial estaría implicada en asuntos delictivos. Nadie está libre de las garras del poder cuando éste decide saltarse la ley alegando intereses de Estado. La libertad no puede llevar consigo un ojo que nos esté mirando y controlando constantemente, pues psicológicamente esto sin duda puede coartar nuestras acciones. Y lo realmente cuestionable de esta situación es desconocer lo que se oculta tras la máscara de un espionaje de seguridad, principalmente por motivos de terrorismo. ¿No habrá un espionaje estimulado por otros motivos? Quizá les interese saber lo que pensamos, cuáles son nuestros sueños y temores, nuestros amores o desamores, nuestras luces y sombras, con el fin de sofisticar su herramientas de control y poder. En la actualidad el gobernante ve al pueblo como su enemigo, pues nunca querría manipular, controlar o domesticar a quien quiere bien. Una frase de estilo maquiavélico puede ser la de conocer muy bien a tu enemigo para saber mejor sus puntos débiles y carencias. Y partir de ahí actuar, jugar a saciar esa hambre con instrumentos que favorezcan al Poder.

Lejos de querer convertir esta reflexión en un ejercicio conspiratorio, han de considerase sin embargo estas cuestiones, pues quizá no suene tan descabellado como parece que Estados Unidos, acostumbrado a protagonizar guerras sucias, juegue con cortinas de humo su particular partida de dominación mundial. "Ellos, que, incluso si no adujeran ninguna razón, me convencerían por su sola autoridad", escribió Cicerón refiriéndose a las palabras de los sabios. Pero este no es el caso, y la autoridad de los poderosos, cuando carecen de razones honestas y coherentes, ya no convence a nadie, pues no nos han dado motivos suficientes para creer en ellos. Sólo la trasparencia puede ennoblecer el arte de un buen gobierno.

"La Tribuna" de Albacete, 23-10-2013

jueves, 10 de octubre de 2013

El hombre y la máquina


Son ya clásicas las comparaciones entre el ser humano y la máquina, ya sobre todo a partir de la Revolución Industrial el hombre se ha visto cada vez más unido a la máquina y ésta ha sido el elemento clave de la industrialización. Una máquina puede hacer el trabajo de veinte personas, por poner un número, en menos tiempo y con menor coste. Sin embargo, hay papeles que sólo puede llevar a cabo un ser humano, empezando por el control y dirección de la maquinaria. Pero –aún así- es difícil saber a día de hoy si realmente la máquina sirve al hombre o el hombre a la máquina, ya que la relación de dependencia es tan fuerte que no sabemos quién toma el control de quién. Más allá de la Revolución Industrial, con la que podríamos denominar Revolución Tecnológica, a partir de la segunda mitad del siglo XX, el debate ha ido abriendo un nuevo terreno que podríamos resumir con la dicotomía cerebro-ordenador. El ordenador se ha ido convirtiendo en una proyección del cerebro, en un reflejo capaz de darnos datos, números, previsiones y mapas mentales que han ido acompañando el desarrollo del potencial humano. Pero el debate final viene a ser el mismo, llevándonos a hacer la pregunta de: ¿en qué medida el hombre tiene el control del ordenador o si es –por el contrario- controlado por éste? Para que un ordenador funcione, ha de ser programado, va a ser incapaz de tener iniciativa propia, a no ser que programemos esa iniciativa, por lo que no sería una iniciativa espontánea, como la humana, sino programada, a fin de cuentas. Toda simulación es una ilusión de realidad, nunca la realidad misma.

Ha salido recientemente una noticia en los medios de comunicación que nos informa de un proyecto con el superordenador MareNostrum, el proyecto se llama Human Brain, y se invertirán más de 1200 millones de euros para que, mediante modelos de programación diseñados en el Barcelona Supercomputing Center (BSC), este ordenador sea capaz de imitar las neuronas humanas. El empeño por conseguir tal logro es incesante. Algo que nos recuerda a ese nuevo Prometeo del siglo XIX, Frankenstein, ideado por Mary Shelley, y que como vimos se quedó simplemente en un intento fallido. ¿Puede una máquina sentir como un humano? ¿Pensar, imaginar, soñar o amar como una persona? La tarea es homérica. Como dijimos, cuando programamos, introducimos las órdenes que deseamos se ejecuten, lo que impide diseñar algo con vida propia, quedando sometida la máquina a los mandatos de sus creadores. No obstante, conviene no apresurarse en los juicios de valor, dejando un interrogante que nos pueda llevar a la sorpresa, a la desafiante capacidad humana de crear, como en el arte, algo que pueda ser nuevo y, por ello, revolucionario. La principal función del científico es observar, ver lo que sucede tratando de interferir lo menos posible, para así conocer la naturaleza, el objeto de su investigación, tal como ella es. Esta nueva ciencia, la neuroinformática, tiene mucho que decir. Y conforme el ser humano vaya ampliando su conocimiento de la realidad, irá también adquiriendo y creando nuevos recursos que le permitan relacionarse con su mundo desde actualizados planos y objetivos. Un ordenador no deja de ser un reflejo de nuestras propias capacidades. Pero un reflejo que asombra.

"La Tribuna"  de Albacete, 9-10-2013

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